Corre el año 1991, ó 1990, quizá aún no se haya despedido 1989, no soy muy bueno con las fechas, pero me veo caminando por las calles de Valladolid y una de las bandas implicadas en esta historia, todavía unos desconocidos para mí (y para el resto del mundo), está a punto de comérselo, el mundo y parte de la luna.
Como cada mañana en los primeros días de invierno, hace frío. El río cubre de niebla la ciudad, el decorado perfecto para fantasear que estoy cruzando uno de los puentes mil veces escenario en blanco y negro de las películas londinenses. Apenas he dejado de ser un adolescente, o eso creo yo, porque mi carnet de identidad dice que ya tengo edad para votar, permítanme soñar. Música importada desde las islas británicas gasta las pilas del viejo walkman para cuya manutención no gano suficiente dinero, en realidad, no gano ni para pilas ni para nada. No llevo una dirección concreta, la sensación de frío casi ha desaparecido y no me importa caminar, hacia ningún lado, adonde nadie me espera.
Para tropezar basta con dejar de mirar al suelo. No recuerdo su nombre, y me temo que el local se habrá transformado en cualquier otro más próspero negocio, una tienda de discos llama mi atención. En el escaparate un par de futuras adquisiciones parecen esperar su turno como si supieran que aún no he ahorrado lo suficiente para poder mirarnos sin que haya un cristal entre nosotros, sin embargo no puedo reprimir la tentación de entrar y escuchar una canción que no reconozco y por la que prefiero no preguntar, se ha borrado de mis recuerdos pero apostaría a que hoy pertenece a uno de los discos de mi estantería. Mi famélica cartera nunca tuvo caprichos a los que un mocoso de hoy en día, con conexión a internet, jamás renunciaría por poder tocar un disco que nada le cuesta escuchar y les aseguro que fueron muchas las veces que... aunque nadie se lo crea, renuncié a alguna de las tres comidas diarias (sin que mis padres se neteraran, por supuesto) para satisfacer mis necesidades... musicales.
Un cartel anuncia que se están deshaciendo de las casetes, aunque los vinilos aún reinan, el CD ha ganado la partida y las cintas magnéticas, salvo para registrar aquellas grabaciones caseras, recopilatorios adolescentes con más pasión que calidad, parecen condenadas a la desaparición.
Me llevo tres pequeñas en los bolsillos, por el precio de un par de cervezas asumo el riesgo de la decepción: "Green" de unos tal R.E.M., "Judges, Juries and Horsemen" de Weather Prophets, curioso nombre y curiosa portada (que, por cierto, vista con mis ojos actuales, podría ser deudora del segundo álbum de los de Athens), y una tercera que no logro recordar, quizá no merezca ser recordada. Continúo caminando y empiezo a descubrir sus entrañas, vuelvo a sentir frío, sigo soñando.
No conservo ninguna de ellas: varias mudanzas, aquella pletina que no me molesté en arreglar, un coche que, a su manera, reproduce mp3,... el olvido. Sin embargo, para siempre en mi subconsciente quedó grabada aquella voz que me producía un raro dulce desasosiego.
Ellos conquistaron el mundo y, aunque me lo hubiera propuesto, habría sido imposible olvidarlos. No, no era de R.E.M. de quienes quería hablar.
Nuestro segundo encuentro fue con motivo de un álbum que rindió tributo al mejor escritor de canciones de todos los tiempos. En 1992 "I’m Your Fan" mostraba la admiración por Leonard Cohen de unos nombres que ahora pueden parecer evidentes pero que no lo eran tanto para quien recién pasada la frontera de los veinte se sentía atraído por propuestas que creía lejanas. Inmaduro e ignorante, aún no me había arrodillado ante el maestro, sin embargo, sí que disfrutaba, y me gastaba el dinero que no tenía (y que todavía no ganaba), con los discos de muchos de los participantes en el homenaje: Lloyd Cole, The House of Love, Ian McCulloch, Pixies, Nick Cave... todos ellos poseídos por el espíritu del canadiense que no tardaría en conquistarme a mí también. La versión de “Take This Longing” me devolvió a las calles de Londres, al frío y la niebla, ese dulce desasosiego, la voz de Peter Astor, el joven romántico que estuviera al frente de los ya desaparecidos Weather Prophets.
Tras veinte años, reencontrarme con esa voz ha sido como cruzarse en la calle con aquel amigo olvidado sin saber muy bien por qué, el tiempo, la distancia, aquel malentendido que no te molestaste en arreglar... "Songbox" es la razón de nuestra tercera cita. Su madurez la muestra infinitamente más atractiva de lo que nunca fuera para mis oídos, ahora también maduros y con un horizonte musical mucho más vasto trazado y borrado infinitamente por un puñado de bandas que compartieron una manera de contar las cosas y determinaron mi manera de verlas, sintiéndome diferente, a veces, caminando por las calles de una ciudad a miles de kilómetros de donde desgastaba la suela de mis zapatos.
Canciones como “Tiny town” alimentan mi curiosidad por el pasado de Pete Astor (de cuyo nombre ha eliminado la “r”) que siento la necesidad de recuperar, montar en el tren que se me escapara en sentido contrario y descubrir sus otras relaciones (The Loft o The Wisdom of Harry) y todo lo que vino después de nuestra despedida (seis álbumes en solitario) para ocupar el espacio que le debería haber correspondido junto a Guy Chadwick, Lloyd Cole, Grant McLennan, Robert Forster, Edwyn Collins, Stephen Duffy, Michael Head y, de haber tenido la oportunidad, David McComb.
Hoy me he despedido de mi casera y ya es la segunda vez que abandono una casa en la que nadie me abraza al llegar, no termino de acostumbrarme a una casa vacía y a un cuerpo cansado por los kilómetros recorridos con falta de sueño. Cuando regreso del trabajo siempre veo a un extraño reflejado en el espejo, sin embargo, hoy ha sido diferente, nada más entrar al portal, en un gesto mecánico, he mirado al buzón, "Judges, Juries and Horsemen" aguardaba pacientemente y me he sentido culpable por los tres días que quizás haya estado encerrado (cómo si tres días importaran después de veintitrés años desde aquella primera vez), tenía cierto miedo, a veces idealizamos el pasado, pero ni el talento de Peter Astor ni el gusto musical de quien ésto escribe parecen haber envejecido lo suficiente. Mi memoria viaja en el tiempo y me creo de nuevo adolescente, siento frío, cruzo puentes, la niebla se disipa. Hoy sé adonde se dirigen mis pasos, la sensación de que alguien espere tu llegada es mucho más agradable de la que nunca hubiera imaginado el tipo solitario en que me había convertido. Hoy no me quiero despertar, permítanme seguir soñando. Hoy sigo dándole vueltas a quién sería el protagonista de la tercera de las casetes.
http://www.secondlanguagemusic.com/Press/Songbox/Pete_Astor.html