Quién haya leído más de tres entradas en este blog puede llegar a creer que comulgo con ruedas de molino, un tipo feliz al que no hay concierto que no le ponga la carne de gallina. Y no se trata de eso, se trata sencillamente de que cuando creé el blog, precisamente tras un concierto, lo hice con una regla autoimpuesta: la de no hablar mal de nadie, la de hablar sólo de los discos que me gustan y describir los conciertos que me resulten verdaderamente emocionantes. Y esa regla que he respetado hasta hoy es la razón por la que nunca hablaré del último disco de Josh Rouse (artista del que tengo toda su discografía... hasta este año) o de la última entrega de Midlake (que con su “Trials of Van Occupanther” creía que me habían conquistado para siempre), y es la razón por la que alguna que otra vez he asistido a actuaciones luego no comentadas. Es tan sencillo como que no soy crítico ni plumilla de ninguna revista, soy un simple colgado por la música que escribe de lo que le da la gana, tratando vanamente de encontrar palabras que ayuden a hacerse una idea de a qué suena tal o cual artista y, en ocasiones, a que se retuerzan de envidia todos los que no hayan asistido a un concierto que previamente les haya recomendado.
Pero hoy voy a hacer uso de tan socorrida frase, esa de
“No hay regla sin excepción” y, ¿por qué no?, esa otra de
“Entre el amor y el odio...”, bueno esa no sé ni como acaba.
Ayer me acerqué un poco enfadado al teatro CASYC. Hace casi dos meses que compré la entrada para ver a Dayna Kurtz: fila 1, asiento 9, precio 22 + 1,30 € de gastos de distribución. Siempre me ha hecho mucha gracia eso de los gastos de distribución. El mundo se está volviendo loco, te compras una entrada dos meses antes y te cuesta más cara que el día del concierto, al revés de como había sido toda la vida. Leo en el periódico que cuesta 16 € para los clientes de Caja Cantabria y 18 € para el resto de los mortales (esa es otra, las putas entradas que compras en el cajero, que parecen tickets de la compra, y encima te cobran gastos de distribución, ¡hijos de ....!). ¿Por qué dice el periódico que cuestan 18 cuando yo me he gastado 23,30? Y no se trata de un problema de dinero, los casi 90 € de Leonard Cohen fueron los mejor invertidos de mi vida y, ¿qué les voy a decir de los 5 € de Amigos Imaginarios? No se trata de dinero, se trata de que dejen de engañarnos y de que se metan los gastos de distribución por el culo, y los de gestión, y los de representación, y los del impuesto municipal. Se trata de que pongan el precio final y ya está, y se trata de que quienes, con la compra anticipada, les estamos haciendo saber que asistiremos pase lo que pase, paguemos menos por ella.
También tengo que confesar que cuando compré la entrada, lo hice pensando que la neoyorquina vendría acompañada por un grupo. Todo indicaba a ello: por un lado el alto precio (Sí, alto, porque aunque es una artista como una montaña, hay que reconocer que relativamente desconocida salvo en el ámbito de los enteradillos. La gente de a pie no tiene ni remota idea de quién es Dayna Kurtz, por mucho que salga en el periódico. Una injusticia pero una realidad); y por otro lado, por celebrarse el concierto en el CASYC (los otros dos del ciclo desconciertos han sido de bandas: Giant Sand y Cracker, el resto, de artistas más íntimos, por llamarles de alguna manera, se han celebrado en el Café de las Artes). Así que fue un pequeño chasco que viniera sola, creo que El Café de las Artes hubiera sido lugar más apropiado, y seguramente ella misma se hubiera encontrado más a gusto.
Y estaba un poco molesto por la campaña que está haciendo Dayna para recaudar fondos. Uno tiene la idea romántica del artista que se abre camino a base de esfuerzo y de conciertos y no del que pide dinero a través de la red.
Estamos atravesando una crisis cojonuda, a nivel mundial, y queda mal que nadie pida dinero para editar un disco. Aun así, allá cada uno con sus euros, incluso sentí la tentación de hacer una pequeña donación, para lo cual me di un paseo por la página correspondiente (
www.kickstarter.com). A fin de cuentas, soy fan y puedo comulgar o no con sus procedimientos, pero amo su música y tengo todos sus discos publicados hasta la fecha (originales, por supuesto). Pues bien, necesita 12,500 $ para pagar las deudas pendientes y hasta otros 12,500 para ver cumplido su sueño de editar el álbum en vinilo. A cambio, para quien done 10 $ (cantidad mínima) tres canciones inéditas (en la modalidad de descarga), para quien se atreva con 25 $, además, una copia autografiada de su “American Standard”, y la oferta sigue creciendo (el regalo de una cover, un concierto en tu propia casa, una canción escrita a la persona o la situación que elija el donante...) hasta los 10,000 $. Como pueden imaginar, mi donación no iba a ser de muchos dólares, pero... Te pones a pensar en otros artistas, Amigos Imaginarios por ejemplo; ellos regalan su disco por la red, no estamos hablando de 10 $ por tres canciones sino de nueve canciones por el morro; dan conciertos (y ellos son cinco sobre el escenario) cobrando muchísimo menos por la entrada; por 12 € te autografían un maravilloso vinilo, por 8 € el Cd; y te preguntas ¿por qué Dayna no ficha por Rock Indiana y deja de llorar? Bueno, finalmente persuadido de no hacer la donación, me dirigí camino de Santander. Iba a ver (por supuesto a oír) a una de las mejores voces que nunca haya disfrutado en directo.
Esa mala hostia inicial, parcialmente paliada por un vino antes de acercarme al teatro, se multiplica por dos al acceder a la sala. La chica de la entrada (a la que supongo una trabajadora sin culpa alguna) nos dice:
– “elijan sitio”, ¿como que elijan sitio? Tenemos entrada de primera fila.
–“Es que hemos cambiado de sala, para que todo sea más íntimo”. Me dan ganas de pedir el libro de reclamaciones, pero... ¿Qué más da? Venimos a ver a Dayna Kurtz. Me jode un poco toda esta historia, pero ¡pelillos a la mar! Dentro de cinco minutos hará acto de presencia la mejor voz que yo haya oído sobre un escenario. Mirando a mi alrededor, el panorama no es muy alentador: estamos en una especie de salón de actos, justo a mi izquierda el aparato del aire acondicionado hace bastante ruido, y la mayoría de las primeras filas son ocupadas por mucha permanente y mucho tinte para tapar canas, e incluso algún que otro abanico ayuda a paliar los efectos de los calores del día (me da que los directivos de Caja Cantabria se han traído a su mujer, ¿habrán pagado los 23 € que costaba la primera fila?). Este público no tiene nada que ver con el que hace poco más de cinco años disfrutó de Dayna Kurtz arropada por los Tarantula en el Rocambole, tampoco con el de hace tres en el Azkena bilbaíno, y muchísimo menos con el que hace un par de ellos se quedó con la boca abierta en el Café Antzokia de la misma ciudad. ¡Qué más da! Venimos a ver a la mejor voz que nunca haya oído sobre un escenario. Me lo repito como un mantra. La entrada es pobre (no creo que se deba a que ese mismo día actúe Serrat en la ciudad) y pienso, nuevamente, que en el Café y con otro precio hubiera llenado la sala.
Llegado el momento, la dama del soul, del blues, del jazz, del country, del folk y del rock, la inclasificable Dayna Kurtz, accede al escenario por un lateral. Tengo la certeza de que, en cuanto comience a cantar, todas las tonterías previas se me habrán olvidado (hay días que uno se levanta con el pie cambiado y no hay nada como un poco de buena música para olvidarte de todas las chorradas).
“Invocation” es el tema elegido, pertenece a su último trabajo (en mi opinión el peor de sus cuatro álbumes), no me gusta el sonido de la sala, me da la sensación de estar escuchando una grabación en mp3, ¿metálico? Aun así, esa voz es la de siempre, la que nos conquistó en el Rocambole, la que hizo callar a los alumnos del Euskaltegi en el Antzokia, porque ante semejante don no se puede hacer otra cosa más que callar. Y sin embargo, echo en falta algo, llámenlo sentimiento, alma, emoción, quizá simplemente se trata de que las canciones de su “
American Standard” no me han llegado como las anteriores. Así transcurren los primeros compases, hasta que le llega el turno a
“It’s the day of the atonement, 2001” y una Dayna rabiosa, cantando separada un metro del micro (sonando mucho mejor que cuando lo hace directamente) redime sus pecados, yo le doy mi perdón y recobro la confianza en la cantante que había visto en tres ocasiones anteriormente. Pero ha sido sólo una ilusión, el concierto vuelve a decaer, tiene canciones como catedrales, tiene una voz penetrante, grave, negra, toca la guitarra de manera diferente, especial, y sin embargo, hoy... la sensación es de cumplir el trámite. Está menos comunicativa que nunca, ella, que siempre se esfuerza en hablar un espanglis criollo, hoy no se molesta casi ni en presentar las canciones, habla tímidamente, casi sin acercarse al micrófono y diciendo alguna palabra en castellano como para cumplir, pero no es la Dayna de las otras veces. Se confiesa cansada y creo que ella misma se sorprende de la respuesta del público, entregado desde la primera nota y aplaudiendo largamente tras cada tema interpretado. Siento las mismas vibraciones que cuando vi a Madeleine Peyroux en San Sebastián: el público entregado, grandes canciones y... muy poca chicha. Ataca
“Venezuela” sin explicar el contenido del sueño que motivó su composición (una historia que siempre gusta de contar) y su
–“..lo sientooo Fernando” no me lo llego a creer.
“Nola” apenas la presenta, la canción que dedicó a New Orleans antes de que el Katrina hiciese de las suyas y que en otras ocasiones nos describió como una relación entre un hombre: New York y una mujer (a little puta): New Orleans, pero hoy no hay historias que contar.
“Miss Liberty” es otra cresta en el show, otra vez saca a relucir la rabia, vuelvo a recobrar la fe y estoy a punto de gritar.
–“I love your music Dayna”, me reprimo, y su respuesta a mi imaginaria afirmación es
–“con esta canción voy a terminar” ¿Cómo? Ante la extrañeza del público, pregunta qué hora es. Apenas lleva una hora sobre el escenario (siempre sentada) y responde con un desganado (pero que intenta hacer simpático)
–“una hora y media es suficiente”. ¡La madre que...!
“Joy in Repetition”, la canción de Prince, la misma que nos puso la carne de gallina en el Rocambole, la que nos emocionó en el Azkena, la que hizo callar a las juveniles hordas que asistieron al Antzokia, la canción que la pasada gira servía para abrir los conciertos, es la encargada de cerrarlo. Suena menos apasionada que nunca, a pesar de lo cual sinceramente, creo que Prince debería dejar de tocarla, porque Dayna la ha hecho suya y hasta en su más floja interpretación, suena siempre emocionante y mejora el original. Parte del público está realmente impresionado. Quizás sea que yo tengo con qué comparar y sé que ella puede dar mucho más. Si hubiera sido mi primera vez, posiblemente también aplaudiría a rabiar. No lo sé.
En el bis, nos regala
“Love gets in the way”, un clásico, su clásico. Siempre estremecedora, una de sus primeras composiciones. Aunque ella no se lo proponga, esta canción siempre te pone la carne de gallina.
Ayer Dayna fue más Norah Jones que Nina Simone. Trajo sus canciones, se olvidó del espíritu. Ayer se juntaron muchos factores para quitar magia a un momento que llevaba tiempo esperando. Pero supongo que volverá, pasaré por taquilla y nos volveremos a ver. Un mal día lo tiene hasta el mejor de los albañiles poniendo ladrillos. No dejaré de recomendar su directo a quién me pregunte, esa voz hay que oírla de cerca.
Si alguien tiene dudas acerca de mis palabras, puede leer
este artículo.