La pasada semana Chuck Prophet realizó una comprimida gira española (seis conciertos en seis días) en la que Bilbao, San Sebastián, Ourense, Valencia, Madrid y Barcelona tuvieron la oportunidad de disfrutar de su genio como compositor y virtuosismo como guitarrista. Esta crónica ya debería haber sido publicada, el retraso se debe a que yo ando metido en mi gira particular. Los aviones me llevan y me traen al amor, el coche me acerca al trabajo, y entre uno y otro, a veces coincidiendo con alguno de ellos, la música en directo consigue que el tiempo y el espacio se confundan en mi percepción, olvidar de dónde vengo y cual será mi próximo destino.
Chuck Prophet lo hizo: durante más de dos horas mi coche estuvo aparcado en San Sebastián sin yo saber por qué mientras recorríamos las calles de San Francisco a través de las canciones de su último trabajo discográfico, un homenaje a la ciudad que lo vio crecer, historias convertidas en realidad por cinco músicos y vividas en directo por las más de doscientas personas que nos citamos en Le Bukowski a pesar de que ni un puñetero cartel en toda la ciudad anunciaba la actuación del californiano, la propia sala carecía de ellos y hasta de las entradas impresas en papel que los nostálgicos coleccionamos entre nuestros recuerdos (lo cual me hace deducir que no se vendió un solo ticket por anticipado).
Por un momento llegué a pensar que los dos vinos caídos en mi estómago vacío estuvieran detrás de que Minnie (sí, la novia de Mickey Mouse) decorara mi mano izquierda como salvoconducto para traspasar la línea que nos separaba de la calle en la que los asistentes apuraban un último cigarro antes de acceder al interior del local. Un tatuaje de color rojo por doce euros.
La música y una cerveza, tostada y muy fría, me ayudan a tomar conciencia de mi verdadera situación, ¿de verdad doce miserables euros son el precio por ver al autor del mejor disco de rock en lo que va de año?
Sobre el escenario, los instrumentos (guitarras, bajo, batería y teclados) parecen esperar a sus dueños, a quienes reconozco de anteriores ocasiones (salvo al encargado de la batería) sentados en un lateral reservado al fondo de la barra. R.E.M. (mucho tiempo atrás, compañeros de generación de los Green On Red donde un tal Prophet tocaba la guitarra) suenan de fondo.
Una vieja televisión es mi única compañera en primera fila, sobre ella descansa la cerveza con la que trago a trago me bebo los momentos previos a una actuación que será muy diferente a la de hace poco más de un año en el mismo lugar. Entonces una sala abarrotada vio a los Spanish Bombs interpretando el "London calling" de The Clash, esta vez The Mission Express serán su apoyo para tocar canciones propias, sin embargo el espíritu de Joe Strummer se ha hecho un hueco para siempre en el alma de un artista musicalmente tan cerca de Tom Petty como de Alex Chilton y cuyo corazón sigue latiendo con sangre de aquel Bruce Springsteen de quien toma prestada “For You”.
La razón de su nueva visita era enseñarnos como le sienta el directo al disco que se traía bajo el brazo. "Temple Beautiful" fue interpretado en su práctica totalidad despojado de los arreglos y el toque mágico de Brad Jones en el estudio, pero ganando en temperatura al frío plástico y con la naturalidad del genio capaz de hacer convivir el presente inmediato en clave de power pop de “Castro Haloween” o “Play that song again” con un pasado recorrido en solitario desde hace más de veinte años: la inicial descarga eléctrica de “Storm across the sea”, el clasicismo recuperado de “Balinese dancer”, la catarsis guitarrera de “Summertime Thing” (tras escuchar peticiones del público) o ese himno que siempre deja para el final, y que enloquecería a cuarenta mil personas en un estadio de fútbol, “You did (Bomp Shooby Dooby Bomp)”, coreado (siempre a destiempo) por los doscientos asistentes, suficientemente locos de antemano, en una versión blusera y estirada hasta el infinito.
Apenas nos dio un respiro, se olvido de los tiempos más reposados de su último álbum (queda pendiente “Museum of broken hearts”) y sólo tomó aire para cederle el testigo a su inseparable Stephanie. The Mission Express se convirtieron por unos minutos en The Company Men, ella se colgó la guitarra y todos aprendimos a contar al ritmo de “Count the days” (−“one, two, three, tour, five, six, seven...”) que nos marcaba el cantante, guitarrista y teclista improvisado para la ocasión sustituyendo a la mujer que no deja de mirar durante todo el concierto, la busca instintivamente para encontrar a quien presentó como su amiga pero cuya mirada denota la complicidad más propia de una amante. Verlos sobre el escenario interpretando a dúo “Little Girl, little boy” es la mejor forma de explicar sin palabras qué es eso de la química entre dos personas.
Y... ¿A que no saben qué dos cosas tienen en común San Francisco y San Sebastián? El mar y... Roy Loney. En un homenaje a la ciudad de San Francisco no podía faltar quien grabara su último disco mano a mano con los donostiarras Señor No. A petición expresa de Prophet, nos metimos en el pellejo del pequeño líder de los Flamin’ Groovies para cantar “Temple Beautiful” (suya es la voz invitada en la canción que comparte título con el álbum) y, ya en los bises, corear el estribillo de la eterna “Shake some action” antes de caminar hasta el final de la calle Egia, cruzar el túnel que bajo las vías del tren nos lleva al río y descender con la corriente hacia la playa de Gros. En el mar: tablas de surf, sobre el escenario: “Pipeline”, debajo: doscientas personas sobre una ola venida desde California.
Dos días tardó en borrarse Minnie del dorso de mi mano. El recuerdo de Chuck Prophet permanecerá, consiguió que durante más de dos horas me olvidara del pasado e ignorara el futuro. Pero seguí echando de menos a las personas, una vieja televisión resultó no ser compañía suficiente.
Nos empeñamos muchas veces en no sacar del anonimato a aquellos artistas que sentimos más nuestros por no ser del gusto y consumo masivos, son un secreto compartido con la crítica especializada y seguramente, aunque en privado presumimos de sus excelencias, los celos nos harían enfermar si la justicia les pusiera en el lugar que se merecen. Hace cuarenta años hablaríamos de Nick Drake o The Velvet Underground; el tiempo pasa tan deprisa que Elliott Smith o Nikki Sudden todavía viven en nuestra memoria; hoy pudieran serlo Elliott Murphy, Willie Nile, Joe Henry, Josh Ritter, Dayna Kurtz... y cien o doscientos más, dependiendo del (buen) gusto y la curiosidad de cada uno. Recorren carreteras secundarias, apenas transitadas por el público, pero quien guste de viajar sabe que la dificultad del camino suele ser proporcional a la belleza de las rutas por descubrir.
Un viaje imposible a la hora de elegir uno sólo de sus álbumes como destino definitivo. He leído en varios medios que "Temple Beautiful" es su mejor disco, tan sólo es el último, cualquiera de sus predecesores, una inmaculada colección de honestas obras maestras, pudiera ser considerado como tal y canciones de todos ellos son rescatadas concierto a concierto. Merece la pena retroceder hasta 1990, cuando Green On Red todavía tenían cosas que contar, para encontrar en "Brother Aldo" un debut en el que ya se respira la magia que era capaz de trasmitir en unas canciones compuestas para ser cantadas a dúo con Stephanie Finch. En el camino: "No Other Love", "Age of Miracles", "Homemade Blood", "The Hurting Business", "Balinese Dancer"... el tiempo les ha tratado maravillosamente bien y su creador no ha perdido un ápice de la rabia inicial, basta con escucharle cantar en directo − “ Princess cards she sends me with her regards...” , aunque los versos no le pertenezcan.
Utilizando una expresión callejera, la misma con la que contestara Joserra a mi SMS preguntándole qué tal en Bilbao: "el putoamo". Rock en estado puro, el de uno de los grandes, de nuevo, en una pequeña sala.
Empezamos a contar los días hasta la próxima vez.
Red River cuenta lo sucedido en Bilbao
En Ourense disfrutaron de Chuck en solitario
En Barcelona estuvo bboyz1970
Qué decir!
ResponderEliminarEs la esencia del rock!
Me vuelvo a quitar el sombrero.
EliminarEsta vez no pude ir a verle, pero leyendo esto me aproximo a lo que pudo ser.
Coco is the real thing , just like Chuck!
ResponderEliminarMe lo vuelves a rememorar y se me espeluzna el vello del cogote , Chuck tan grande como el alo de camaradería que desprende. Tu crónica un relato tan descriptivo como un bello paisaje y la sensación al difrutarlo , sabía que no se te escaparía maestro.
ResponderEliminarUN ABRAZO!!
Ya me hubiera gustado acompañarte o que me citaras bajo con un enlace de poderlo haber visto en Valencia. Al final se me hizo imposible y siento envidia sana por vosotros que lo disfrutastéis. El disco del año, claro. Saludos.
ResponderEliminarTururú
ResponderEliminarEl rock ha muerto! Viva la sangria con limón !
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