sábado, 24 de septiembre de 2011

Miles Kane - Colour of the trap

En esta puñetera, y maravillosa, vida todo está conectado. He tenido esa sensación un millón de veces, aunque con el pretexto de la música, con la jodida costumbre de ponerle banda sonora a cada uno de mis recuerdos, las conexiones son mucho más fáciles de encontrar.

El pasado domingo volví a Burgos invitado por un amigo y su encantadora mujer, a la que me gustaría también considerar como tal, para reencontrarme con una catedral mucho más limpia de lo que me habían contado y unas calles que pisé por última vez hace casi veinte años por obligación, la del servicio militar. Inevitablemente, pasar nueve meses en cualquier lugar deja consigo recuerdos, amigos olvidados, algún que otro hijo de puta más difícil de borrar de la memoria y, por supuesto, canciones que sonaron entonces y discos que sonarán siempre.
Mi amigo, de éste no me olvidaré nunca, nos hizo una indicación de dónde estaban las Llanas. Mi respuesta: ― “ahí descubrí a T-Rex” . Podría contar la historia pero sonaría a batallita de la mili. La Plaza Mayor también ha cambiado, en sus soportales imagino aún abierta la tienda donde compré el "Laid" de James, tropiezo, despierto, y me doy cuenta de que ya no está, a pesar del traspié, no pierdo el equilibrio, ahora camino de la mano con quien no puedo dejar de mirar a los ojos y repetirle el estribillo de “Sometimes”.

...sometimes, when I look deep in your eyes I swear I can see your soul...

El resto se lo pueden imaginar, hoy no les voy a contar mi vida. Es sólo que desde aquella cerveza, vete tú a saber en qué pub y si todavía existe, antes que con el Cid, por sorprendente que les pueda parecer, siempre asociaré Burgos con Marc Bolan, y a T-Rex con esa majestuosa joya del barroco que me saludaba justo después de haber conocido, tarde como siempre, a los reyes del glam.
Así es que, a nuestro regreso de tierras castellanas yo tenía un monazo terrible, pero encontrar "The Slider" o "Electric Warrior" (el disco que sonara aquella noche) dentro de las cajas que hasta establecerme definitivamente guardan mis tesoros fue tarea casi imposible. Desistí.
No me gusta escuchar música a través de internet, me gusta descubrir música a través de internet. Ahí es dónde encuentro la conexión. Un paseo y me cruzo con T-Rex, por curiosidad, por casualidad. Se ha cortado el pelo y cambiado las lentejuelas por traje negro, su nombre verdadero es Miles Kane, tiene sólo un álbum recién publicado pero no es un recién llegado, en su bagaje musical figuran The Rascals y de inmediato reconozco la voz de uno de los discos más frescos de hace dos o tres años, escondida entonces tras el nombre de The Last Shadow Puppets y la complicidad de un amigo y compañero de generación: Alex Turner.
Les decía que andaba buscando a T-Rex y...


No hace mucho hablába de tres clásicos, no por edad, sino por “clase” y tradición. "Colour of The Trap", al que resulta inevitable añadir el adjetivo elegante, podría haber sido el cuarto de la lista, esta vez, un clásico del POP, del inglés de toda la vida y del de ahora, ese cuya cadena de ADN está formada por eslabones de The Kinks, The Beatles, The Zombies, The Who, Small Faces, David Bowie, The Jam..., sufrido mil mutaciones y utilizado (con el eufemismo de brit-pop) como respuesta en los noventa al grunge emergente en los U.S.A.
Pero yo andaba buscando a Marc Bolan y lo encontré (“Come closer”, “My fantasy” o la titular “Colour of the trap”), andaba por las Llanas tomando copas con John Lennon (supongo que “Better left invisible” reconocerá en los créditos su “Cold Turkey”), Paul Weller (“Inhaler”) y The Walker Brothers (“Take the night from me”), bebiendo litros de beat, psicodelia, garage y rock’n’roll... e influencias mucho más cercanas como Ocean Colour Scene, The Coral o los Arctic Monkeys (¿será que ya son clásicos?) y, por supuesto, con el sabor todavía presente de su anterior trabajo, mano a mano con el líder de la citada banda, el extraordinario "The Edge of The Understatement". Hay amigos que no se olvidan y Alex Turner sigue participando en la composición de la mitad de las canciones de este nada original, clásico y sorprendente debut.


Está todo tan conectado que la misma persona a la que miro profundamente a los ojos es la que ha puesto patas arriba mi vida.
Magic from your fingers tingles down my spine
Colour in-between the lines
Let it out, let it out, let it all out
Let it out, let it out, let it all out
You rearrange my mind
You rearrange my mind

Pero... les decía que yo andaba buscando a T-Rex.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Bon Iver - Bon Iver

No me atrevería a escribir sobre Bon Iver a no ser porque hace un par de días fuera el motivo principal de un e-mail que releí antes de enviar. Así empezó toda esta historia de crónicas y críticas, reseñas y trozos de vida ligada a la música. Entonces, cierta persona me animó a publicar lo que en su correo electrónico leía y veía lleno de pasión, las mismas palabras que otra me recriminó que enseñara en público pues las interpretaba, en su final, como mi descripción de la soledad. Ni siquiera yo me di cuenta, era mi forma de decir que me sentía solo, muy solo.
Hablar del nuevo trabajo de Justin Vernon me resulta doblemente de difícil, por el pudor de compartir parte de una vida a la que ha puesto banda sonora y por lo osado de pretender describir tan sólo con palabras la belleza que guardan sus surcos. No sé por qué lo hago.

Confieso que me costó, y mucho, entrar en el mundo de Bon Iver, ni su ya lejano precedente ni el que hoy nos ocupa son discos fáciles, ganan con las escuchas y con el tiempo. Hay que darles ese tiempo para oxigenarse, para expandirse, como el buen vino que necesita respirar, de lo contrario su sabor puede pasar por amargo en lugar de intenso, sonar depresivo y claustrofóbico en lugar de profundo, lo que en la superficie creeríamos incluso pretencioso se nos muestra arrebatador en el interior.

No es la primera vez que un segundo disco me hace retroceder y descubrir las virtudes que se me escondían en el debut. Son muy diferentes en la superficie, en la gestación y en la producción, pero tan parecidos... Vuelve a sonar en mi reproductor aquel artista que hace casi cuatro años me sorprendiera caminando sin compañía ni rumbo, al que, inconscientemente, rechazara harto de seguir intentando curar con sal una herida que me desangraba. Recorro los mismos lugares, como entonces, nadie camina a mi lado, pero sí en la misma dirección, con "Bon Iver" ya no me siento solo. El espacio que nos separa se sabe derrotado por el destino que unió nuestros caminos. Once canciones me han acompañado en estos días de transición, de viajes, de idas y venidas, de recuerdos y de ilusión por un futuro que ya no me parece imposible. Los fantasmas de Emma han desaparecido y los míos también.


Cada vez que un artista titula un álbum con su propio nombre, o lo deja sin título (según como se quiera interpretar), nos hacemos la misma pregunta: ¿Se trata del principio o del fin de una etapa? A Justin Vernon no le ha dado tiempo a cerrar ningún ciclo, apenas dos discos publicados y, sin embargo, parece que su intención sea la de un nuevo comienzo. Interpreto que su "For Emma Forever Ago" fue el disco que necesitaba hacer en un momento concreto, su terapia particular para expulsar los demonios internos, de forma cruda, desde la soledad y la austeridad, pero con "Bon Iver" la criatura que correteaba desnuda por la playa se ha vuelto pudorosa, se viste y se gusta, se cubre con capas y cuida los detalles, se maquilla y se gusta. Imita a sus mayores y por eso se mira en el espejo de la música con la que creció. John Martyn y Nick Drake, inevitables, y en este caso acertadas, referencias cuando un escritor de canciones emprende su aventura en solitario, coquetean con los efectos del estudio de grabación, las producciones minuciosas de tiempos pretéritos, los sintetizadores y las guitarras eléctricas. Mientras escribo, en mi cabeza quieren abrirse paso aquellas bandas de finales de los ochenta apadrinadas por el sello 4AD de This Mortal Coil, nada más lejos de la realidad, "Bon Iver" es mucho más profundo y más real. Un disco de canciones y de ciudades. De canciones con nombres de ciudades cuyo significado, con letras abiertas a cualquier interpretación, sólo el propio Vernon conoce y que ya en la inicial “Perth” nos deja claro que se trata de lugares imaginarios (“...this is not a place”), donde un redoble marcial sirve de introducción al motivo del mejor disco del presente año (“...still alive for you, LOVE), una batería que nos empuja y nos fusila, ¿o somos nosotros los que disparamos? Su manera de describir y nominar sensaciones, sentimientos, recuerdos personales. La resistencia: “Minnesota VVI” (“...never gonna break”), la esperanza: “Holocene”, la victoria: “Towers”, el destino: la belleza minimalista y delicada de “Calgary”, y al final, la confianza: “Beth/ Rest”.


Pertenece a esa categoría de discos que trascienden más allá de sus contemporáneos porque siempre será y sonará actual, puede codearse con el “OK Computer” de Radiohead o las “Deserter’s songs” de Mercury Rev, o quedarse escondido entre los brazos de la crítica y el buen gusto de unos pocos paladares exquisitos junto a The Blue Nile y su “Hats” o The Triffids, los malditos entre los malditos, la banda de David McComb recorrió el mismo camino que Justin Vernon pero en sentido contrario: primero grabaron el emocionante “Born Sandy Devotional” y después se desnudaron en un esquiladero de ovejas con “In The Pines”. Tampoco importa mucho si dentro de diez o veinte años nadie se acuerda de Bon Iver, el destino quiso que se cruzara en mi camino (ahora me gusta decir nuestro camino y me gusta hablar del destino desde que la letra de “Simple twist of fate” de Dylan se hizo realidad), con The National, Band of Horses o Ray Lamontagne, rivalizando en el tiempo con “Kaputt”, del genio de Destroyer, con Brazzaville y Vetiver, para que se mezclen en mi memoria con instantes irrepetibles y determinantes para el resto de mi vida.
La sal deja un rastro blanco sobre mi piel, esta vez es el agua del mar. La criatura que correteaba desnuda... se siente querida y segura.
I ainʼt living in the dark no more
it's not a promise, Iʼm just gonna call it
heavy mitted love
our love is a star
sure some hazardry
for the light before and after most indefinitely
danger has been stole away


Dos crónicas de quienes saben y escriben mucho más y mejor:
Marcando la diferencia: Bon Iver - Bon Iver Rock & Rodri land (Joserra Rodrigo)
Bon Iver Música en la mochila (David S. Mordoh)

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Clásicos

“Classic” fue la palabra con la que el dependiente, y además aficionado y entendido, de una tienda londinense, definió el sonido de unos chicos de Seattle que cocinan la música con los ingredientes tan del gusto de los ingleses que pudieran pasar por colegas de Leisure Society, Laura Marling, Fionn Regan, Mumford & Sons,... Una tienda de discos de las de antes, donde, dependiendo del artista por el que preguntes o cuyo álbum compres, te encuentras con el consejo y la canción del disco que te acabarás por llevar en la bolsa, seducido, embaucado o enamorado. Les juro que hubo un tiempo en que siempre salía de las tiendas con los discos de tres en tres.


"The Head & The Heart" no era el álbum que buscaba Joserra, pero acabó haciendo compañía al recién publicado "Hearts & Arrows" de Danny & The Champions of The World al salir por la puerta de la mítica Rough Trade y, pensándolo bien, el adjetivo probablemente iba dirigido a este último, no importa. Tampoco son el verdadero motivo de las letras que ahora escribo, es sólo que el destino ha querido que su nombre siempre vaya ligado al del mayor de los Wilson, y le debo su descubrimiento a la historia contada en la Land. Dos clásicos bajo el brazo.
Unos días antes, quizá después, es posible que incluso mientras esto sucedía, un avión me llevaba rumbo a Santander y los auriculares, con la primicia de "Hearts & Arrows", me trasladaban a los tiempos en que Springsteen le regalaba canciones a Patti Smith, Tom Petty todavía no era colega de Jeff Lyne, John Hiatt se convertía en una referencia que casi nadie reconoce como tal y Elliott Murphy hacía las maletas buscando en Paris la suerte y el amor que América le negaba.


Dylan, omnipresente en el anterior trabajo de Danny, parece haber perdido protagonismo en favor de quienes todos tenemos en mente cuando hablamos de música americana, influencias, a veces, demasiado obvias (¿o no es Bruce Springsteen el autor de “On the street”?) para firmar un disco redondo, clásico, pero a la vez... entonces, ese dependiente de la tienda cuyo nombre no voy a desvelar pincha "Nothing is Wrong" de Dawes. Todavía no he pagado, llama mi atención, creía haberles dicho que hubo un tiempo en que compraba los discos de tres en tres. Parecen beber de las mismas fuentes que Danny & The Champions of The World, escuchar su reciente nuevo álbum te lleva de un lado al otro de los Estados Unidos de America y a todos los artistas antes citados con parada en las armonías vocales de Crosby, Stills & Nash, sin embargo, ninguna de sus canciones recuerda expresamente a nadie en concreto: la influencia está presente pero no se nos muestra evidente. Claro que todo esto es tan subjetivo...
Unos recién llegados, sólo dos álbumes publicados, desde California, con la madurez artística de quien en su segunda entrega ha sabido compilar lo mejor del subconsciente para facturar... sí, UN CLÁSICO.


Al final, todos ellos eran el motivo de mis palabras: tres clásicos.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Slim Cessna’s Auto Club – Unentitled

Mi desencuentro con la ciudad de Santander tiene difícil explicación. Creo lo justo en las casualidades y cada vez más en el destino, pero, de un tiempo a esta parte, quiero pensar que la mala fortuna es el único motivo de que cada concierto interesante programado en la capital de Cantabria me sorprenda o fuera de la región o con ocupaciones ineludibles que llenan esa parte de mi tiempo que antes era libre.
Me ha ocurrido con más de una cita del Café de las Artes (Abraham Boba o R.G. Morrison), con el festival que nos trajo a The Jayhawks y me hizo soñar con volver a ver a Joe Henry, con Chuck Prophet haciendo de Joe Strummer interpretando el "London Calling", y hasta con Bruce Springsteen cuando se trajo el homenaje a Pete Seeger. Esta vez, posiblemente mientras escribo, Slim Cessna’s Auto Club cerrarán el TurboRock. Me consuelo pensando en lo poco que me gustan los festivales y lo mucho que quiero a quienes duermen en la habitación de al lado, me quedo con las ganas pero no me importa. Me sirve de excusa para hablar de los americanos mientras los auriculares me permiten disfrutar de su último álbum.

Proceden del lugar donde el color del río que lo bautiza, la tierra y lo erosionado del árido paisaje lo convirtieron en el decorado que siempre asociaremos a las películas del oeste. “Western” es precisamente la etiqueta que a Slim le gusta utilizar para definir su música, acompañada del adjetivo “americana” pero renegando de otras mucho más recurrentes cuando se habla de casi todas las bandas nacidas y criadas en los últimos tiempos en Denver (sí, lo han adivinado, en el estado de Colorado).

Sólo pretendían hacer un disco de pop. Han hecho el mejor álbum de su carrera, una carrera de larga distancia cuyo pistoletazo de salida se remonta a 1993 cuando la disolución de The Denver Gentlemen derivó en dos bandas sin las cuales no se entendería la historia musical de los últimos veinte años en la ciudad: 16 Horsepower y Slim Cessna’s Auto Club.

16 Horsepower no fueron los primeros, pero sí los que trascendieron más allá de una comunidad que leía la Biblia y mezclaba elementos del folk, del country, del blues, del punk y de los góticos de principios de los ochenta, creando un estilo inmediatamente reconocible. La participación de Devotchka en la B.S.O. de “Little Miss Sunshine”, aunque muchos no se hayan enterado todavía, supuso el arreón definitivo para que el mundo fijara la vista en aquel lugar de un oeste ya no tan lejano. Y, justo ahí, respirando el mismo polvo, alimentados de las mismas influencias, es donde están situados Slim Cessna’s Auto Club: entre 16 Horsepower y Devotchka, entre el gótico sureño y el folk europeo, entre banjos, vientos y violines, donde los predicados de la Biblia se mezclan con las danzas de los Chamanes.

Canciones que pudieran ser entonadas un buen día de borrachera, actitud punk, melodías pop, coros gospel, instrumentos tradicionales y pinceladas de clase con las que parecen decirnos que, si se lo propusieran, además de almas (“Hallelujah anyway”), conquistarían corazones (“Three bloodhounds, two shepherds, one fila Brasileiro”) y cuerpos (“A smashing indictment of character”) necesitados de que les guíen por el buen camino.

Pasaron por nuestro país hace unos meses pero viajábamos en direcciones opuestas. Me dan una segunda oportunidad y, de nuevo, nos separan 50 km. y dos obligaciones que me impiden recorrerlos. Ahora, escuchando su último trabajo, resulta doblemente frustrante no haber podido presenciar como se las gasta sobre un escenario quien afirma que —"Tratamos de tocar cada concierto como si fuese el último, no dejamos nada para el mañana. Hemos tocado más de mil conciertos y hemos tenido algunos con cinco o seis personas de público, me han encantado todos". El hijo de un predicador baptista que siente la música con una espiritualidad y una intensidad que frases como —"La música es mi religión y tocar en directo es como mi iglesia. Supongo que eso me convierte en un predicador de la palabra de Dios" no dejan lugar a dudas.


P.D. Las palabras de Slim Cessna han sido tomadas prestadas de una entrevista publicada por el Sofá Sonoro.