sábado, 25 de febrero de 2012

Josh Rouse, tan dulce como una canción de Carole King.
Sala Azkena, Bilbao 18 de febrero de 2012

Ver una película fue suficiente para terminar de convencerme. No estaba muy seguro de volver a un concierto de Josh Rouse, hacía poco más de un año desde nuestro primer encuentro en San Sebastián y... Ella me preguntó si sabía quien interpretaba la canción que sonaba de fondo. Claro que lo sabía.
Ella me había acompañado aquella primera vez, nuestro primer concierto juntos aun sin saber que estábamos destinados a muchos más. Ella es como un niño, musicalmente hablando, todavía no contaminado, ni por el qué dirán de la crítica especializada, ni por su condición de fan que comulgue con ruedas de molino. A ella el concierto de la donostiarra sala Gazteszena, presentando "El Turista", en formato acústico y con aires muy mediterráneos, le gustó, pero aquel no era Josh Rouse, al menos no era el que yo conocía. Yo y los dependientes de más de una tienda a punto de desaparecer a los que volví locos buscando los primeros discos del cantautor americano que había descubierto gracias a una canción, “Directions”. Han pasado muchos años desde entonces y lo que prometían "Dressed up like Nebraska", "Under cold blue stars" o el álbum que contenía aquella primera canción, "Home", se convirtió en realidad con dos putas obras maestras de nuestro tiempo: "1972" y "Nashville". Brad Jones ya no está tras los controles, pero no sería justo decir que ese fuera el motivo del cambio, también imagino a Paz Suay hasta los cojones (perdón, hasta los ovarios) de que le reprochen que Josh no es el mismo desde que está enamorado. Su nuevo disco retoma el camino que empezara a recorrer con "Subtitulo", un viaje desde California hacia las playas de Brasil para el que ha encontrado la perfecta compañía.

Tratándose del sábado de carnaval la entrada era más que aceptable, las calles, abarrotadas de gente con ganas de fiesta, dificultaron nuestro aparcamiento y retrasaron el reencuentro con quien también formara parte del público aquella largamente esperada primera vez; por suerte, como suele ser habitual en las pequeñas salas, el retraso de la actuación jugó a nuestro favor. El jefe de la Land nos estaba esperando, el sonido era bueno y el calor humano garantizado. Entre los asistentes, caras reconocidas, muchas más mujeres que de costumbre, y algún que otro conejo (no quisiera dar lugar a malas interpretaciones, de haber invertido el orden de la frase..., es que hubo quien acudió disfrazado).
La esperanza de que se cumplieran los buenos presagios de Joserra (—“… en la prueba de sonido han tocado la canción de Carole King con guitarras eléctricas, esta noche será diferente…”), se tornó realidad en los cuatro versos con los que comienza esta preciosidad dedicada a su año de nacimiento:
She was feeling nineteen seventy two
Grooving to a Carole King tune
Is it too late baby?
Is it too late?
Ella recordaba la melodía de alguna de las canciones que yo creía olvidadas de aquel “guiri” que se atreviera con la lengua de Cervantes, pero esta vez la de Shakespeare fue la única protagonista y el concierto giró en torno a la obra maestra del POP situada justo en el centro de su discografía, "1972", y el recién nacido que se traían bajo el brazo, "Josh Rouse and The Long Vacations". Sus viejas canciones, diamantes de infinitos kilates como “Flight attendant”, “Winter in the hamptons” o “It’s the nighttime”, mucho más frescas de cómo las recordaba encerradas dentro de los surcos de los discos, se sucedieron sabiamente intercaladas con otras más recientes que, electrificadas, sonaron como si hubieran sido concebidas en un periodo creativo común, libres de estilo ni etiquetas, canciones para ser coreadas y disfrutadas con una sonrisa de oreja a oreja. Quizá ahí radique el secreto de “Lemon Tree” o “Diggin' in the sand”, en el estado de ánimo de quien las escucha.
La bossa se convierte en pop con la ayuda de un banjo (magistral Xema Fuertes, también a la pequeña batería tras la que se escondía haciendo bueno el dicho, tan difícil de verse cumplido, de que menos es más), y el pop en soul cuando las voces de los tres protagonistas se unen en el delicioso falsete de “Saturday”, o en gospel con los coros de “Sunshine”, mientras, el bajo eléctrico de Cayo Bellveser (que también nos conquistara al acordeón) lo convierte todo en funk, dotando a las canciones de un espíritu del que carecían, no sólo en la versión que nos mostraran en su anterior gira, sino también tal y como las conocíamos grabadas en el estudio, es posible que mejor acabadas, mejor vestidas, pero exentas de la magia que lograron trasmitir sobre las tablas. La sensación es de que hubiera encontrado la banda definitiva en sus Long Vacations y, con ellos, su sonido, un country-pop-rock-bossa-folk-mediterraneo (me siento estúpido intentando definir algo tan sencillo), que actualmente pasean sobre los escenarios revitalizando sus viejas grabaciones y envejeciendo (logrando que suenen clásicas) las de sus tres últimas entregas.

Nos sentíamos en los trópicos y fuera bullía el carnaval (— "Menuda fiesta, ¿eh?"), hasta que, con un pequeño set acústico, Josh Rouse, tímido con las palabras pero seguro con la guitarra (que se atrevió a tocar sentado entre el público) y genial con la harmónica, quiso enseñarnos su lado más profundo y necesitado de intimidad; aprovechando la ocasión para decirnos, con música, que entre sus influencias están todas esas bandas de los ochenta que a buen seguro también fueron las favoritas de la mayoría de los presentes (cuya edad ronda los cuarenta en el mejor de los casos, excepción hecha del niño musical que tengo a mi lado), “Boys don’t cry” fue inmediatamente reconocida y coreada. La banda ya no lo abandonaría hasta el final, “Slaveship” me sirvió de excusa para cantar, para gritar, — I love you, would you marry me?, antes de despedirse definitivamente con “Love vibrations”, el tacaño regalo final para quienes nos quedamos con ganas de más... y con una sonrisa difícil de medir durante... la hora impresa en el ticket del parking me demostró lo rápido que pasa el tiempo cuando lo disfrutas (y lo caro que sale no encontrar aparcamiento en las calles de Bilbao). El domingo estaba a punto de comenzar.

El domingo los discos de Josh Rouse giraban en mi reproductor, hacía mucho tiempo que no lo hacían, sonaban de fondo mientras le daba las gracias a quien se cruzara en mi camino hace poco más de un año, por acompañarme entonces y por acompañarme apenas hacía unas horas para descubrir las dos versiones del americano y, sobre todo, por haber logrado obtener la mejor versión de mí mismo, muy distinta de la que ella conociera hace poco más de un año.
"¿De verdad es el mismo a quién vimos ayer en Bilbao?"
"Si, Josh Rouse, ¿no reconoces alguna de las canciones?"
"Sí, pero… su voz… ayer parecía mucho más dulce."
"Quizás ahí resida el secreto de los verdaderos artistas, en directo nos muestran su mejor versión."

Me alegro de haber visto “Primos”, la película que eligiera “Quiet Town” para poner música a las calles de Comillas, me alegro de haber encontrado al niño musical a quien le debía un nuevo encuentro con Josh Rouse, la sonrisa parece no querer borrarse de mi rostro, el tiempo se esfuma...

jueves, 2 de febrero de 2012

Butcher Boy – Helping Hands

Salvo giros del destino, encontrar en tu vida a quien tenga la facultad de hacer parecer mejor a todo lo que le rodea rara vez sucede. Quizá por haber tenido esa suerte, he dejado de buscar en la música sensaciones que antes se me negaban con las personas, y también quizá por eso cada vez me resulta más complicado escribir, describir las virtudes de un disco que antes buscaba desesperadamente sin saber encontrar con quién compartir.
Bueno… eso creía yo. He tropezado con un artista que tiene precisamente la facultad de que el mundo parezca mejor cuando sus canciones suenan de fondo. Escuchar su último álbum, el primero que llegaba a mis manos gracias a la recomendación de quien desde ese momento me demostró tener un gusto exquisito, produjo en mí esa sensación que en vano podría intentar describir. Belle & Sebastian es el nombre más recurrente y que mejor los situaría en el mapa de la música si sólo una referencia nos estuviera permitido citar (además son de Glasgow), pero si dejamos girar el disco, y más aún, si retrocedemos a sus trabajos anteriores (e irremediablemente nos preguntaremos dónde cojones estaban escondidos), un buen número de influencias se abrirán paso entre sus canciones: The Smiths, Richard Hawley, Divine Comedy, Jacques... todas las bandas escocesas que sean capaces de recordar y, si me permiten viajar mucho más atrás en el tiempo, Love y un álbum que últimamente no puedo borrar de mi subconsciente, "Forever Changes".
Canciones construidas con y para el piano, pop barroco, precioso y preciosista, la banda sonora de decenas de películas vistas y soñadas, escenas todavía por rodar de una vida empujada por ejércitos de cuerda, viola, violonchelo, violines, ritmos pregrabados, guitarras acústicas, todo está permitido dependiendo de las circunstancias. Y al frente, John Blain Hunt, dramatismo vocal, tan afectado como Morrisey e ingenuo como Stuart Murdoch, un crooner para los tiempos que corren.

Más que un puñado de notas, un estado de ánimo, un momento de nuestras vidas, y aunque tú y yo sabemos que la música no es la verdadera culpable, discos como "Helping Hands" hacen que todo a mi alrededor parezca mejor. Permítanme incluirlo entre lo mejor del año pasado.