sábado, 28 de agosto de 2010

El animal que me habita


Hoy voy a romper una norma que me había autoimpuesto al empezar con todo esto. Porque este blog trata de música y sólo de música. Han transcurrido seis meses y no ha habido en estas páginas más que crónicas de conciertos, discos que me gustaría que todo el mundo supiera de su existencia e, inevitablemente, se ha colado alguna historia personal pero siempre con la coartada de la música como pretexto.

Hoy voy a hablar de un libro. Su autora, Raquel Rodríguez, tiene un blog de viajes y una mente inquieta que le hace ver las cosas, y contarlas, de forma diferente a la mayoría de nosotros: LOS VIAJES DE RARO.

Su último libro, “El animal que me habita, las bestias que me rodean y un relato”, es en realidad una colección de canciones. No en sentido literal, pero por alguna razón funcionan como tales. Y como todos los álbumes, con muchas te sientes identificado y con otras pulsas el PLAY una y otra vez porque no puedes dejar de escucharlas, de leerlas, de mirar y verte dentro de ellas.


Les aseguro que ser raro no es una opción personal, y además es muy jodido. La edad te hace duro pero, ¿quién a los dieciséis no quiere ser como los demás? Refugiarse en la música, el cine o la literatura es una buena opción, convertirse en un animal solitario, en el mejor de los casos, la inmediata consecuencia. Con el tiempo uno se aparta del mundo porque es mucho más sano que pensar que el mundo se aparta de ti y te refugias cada vez más en la puta soledad. Se empieza peligrosamente a disfrutar de la soledad.

Siempre habrá quien te diga que le gusta la gente rara. Para tus adentros piensas que sí, pero que seguramente terminará en los brazos de una persona normal. A fin de cuentas, lo que queremos todos es tener a alguien a quien poder abrazar. Las canciones sólo consiguen subirme las pulsaciones, algunas me han hecho llorar, ninguna ha conseguido siquiera rozarme, susurrarme... todas me han tocado por dentro, en las tripas, en el corazón, ninguna me consiguió acariciar.

jueves, 26 de agosto de 2010

The Duke & The King – Shaky


No me he podido resistir a compartir “Shaky” con todo el que quiera pasarse por aquí.

The Duke & The King son los responsables de que este blog exista desde un ya lejano 18 de febrero (la fecha del concierto, el blog nació cuatro días después. Si queréis saber como fue la cosa podéis pinchar en la foto de la derecha). Momentos que no quieres que se olviden y que quieres compartir, casi en un gesto de rabia, con todos aquellos que antes me acompañaban a los conciertos y se han ido quedando por el camino. Era una forma de decirles: ―”Estas pequeñas cosas son las que merecen la pena en la vida... ¡a tomar por el culo los estadios de fútbol! Aquí está la música de verdad.”

“Shaky” es el single de adelanto (además de verdad, pues su casa discográfica lo publica en vinilo de siete pulgadas) del álbum que publicarán el 27 de septiembre: “Long live The Duke & The King”. Como si no tuviéramos bastante este año.
Producido por el propio grupo, grabado en los estudios que tienen en su casa, escondida entre los bosques de Bearsville, New York y masterizado ni más ni
menos que por Bob Ludwig (¿les suenan The Band, The Rolling Stones o Led Zeppelin?).

Y de la canción... pulsen el play y poco más que añadir. Si no les alegra el día, la noche, la semana, el mes o lo que Dios quiera que lleven cuesta arriba, prueben a escucharla de nuevo. Folk-rock-soul-gospel y, si así lo prefieren, añadimos glam; unas armonías vocales deliciosas, arreglos de viento preciosos; cuatro músicos, cuatro cantantes, que transmiten buenas vibraciones y parece que se lo pasaron bien grabando el álbum, la misma sensación, contagiosa, que dieron encima del escenario de una pequeña casa de cultura de San Sebastián.


¿Todavía estará por llegar el mejor álbum de 2010?

lunes, 23 de agosto de 2010

LLoyd Cole - Broken Record

Lloyd Cole es de esos artistas que tienen la capacidad de hurgar entre mis recuerdos. Tiempos de vino y rosas, más idealizados cuanto más profundos, y siempre con las canciones como vehículo necesario para traerlos de vuelta a un presente que, por real, se nos muestra mucho más feo de lo que algún día volverá. Hay quien presume de memoria fotográfica, yo la tengo musical, mis recuerdos se cuentan por canciones, por álbumes en ocasiones, y no hay recoveco de mi consciente al que no esté asociada una música en concreto.

Compré el tercer álbum de Lloyd Cole and the Commotions, que a la postre resultaría ser el último, nada más verlo en el catálogo de Discoplay. Había escuchado una de sus canciones y eso bastaba por entonces. Eran tiempos en que la radio no estaba reñida con la calidad y podías entrar en una discoteca con “My bag” sonando por los altavoces, eran tiempos en que me sabía de memoria cada surco de la colección de discos que debido, sobre todo, a mis penurias económicas no crecía al ritmo de mis deseos.
Mainstream” dio vueltas y vueltas en mi giradiscos, sin enterarme hasta dos años después que los Commotions habían parido un primogénito de la talla de “Rattlesnakes” y un hermano, más que digno sucesor, cuya concepción no debió ser tan fácil como su nombre indica: “Easy Pieces”. Eran tiempos en los que disfrutábamos más de los discos y la información no estaba al alcance de todo el mundo. Eran tiempos en los que el descubrimiento de un nuevo grupo te empujaba en su dirección en busca de artistas similares, cuando sólo el boca a boca, una radio como Dios manda y cuatro revistas especializadas eran tus fuentes de conocimiento. Y en ese camino me crucé con Edwyn Collins antes que con Orange Juice, con Stephen Duffy y sus Lilac Time, The Pale Fountains y después con Michael Head, con Martin Stephenson & The Daintees, Prefab Sprout o Aztec Camera. La mayoría de ellos siguen todavía dando muestras de que quien tuvo retuvo, artesanos del POP, del verdadero brit-pop, no lo que vendría después con Oasis y Blures varios, y más tarde con Franz Ferdinand y demás aspirantes a un trono vacante desde que nos faltan The Kinks.

Desde entonces, he seguido los pasos de un LLoyd Cole que, también desde entonces, camina en solitario. En lo que va de siglo, ha entregado una trilogía que me hace pensar en Nick Lowe, otro inglés (aunque de una generación anterior) que infectado por la música americana, está viviendo su mejor momento creativo. En realidad, Cole sólo ha entregado dos: “Music in a foreign language” y “Antidepressant”, el tercero será publicado oficialmente el 28 de septiembre. Y como no podía ser menos este 2010, tras cuatro años sin nuevo material, “Broken Record” es su mejor álbum desde hace décadas, una maravilla conforme a los cánones de la epidemia que se extiende por este blog para deleite de mis oídos (espero que también para los suyos): guitarras cristalinas, predominantemente acústicas, ritmos reposados pero contundentes, juegos de voces y textos deudores de su admirado Leonard Cohen. La clase que no se adquiere en la escuela de música, la clase inherente a los grandes.

Y todo facturado por una superbanda a la altura de las circunstancias (de las canciones), piensen en los Pariah Dogs, protagonistas de nuestra anterior entrada, piensen en los Sugarcanes de Elvis Costello o en los Mugalaris de Ruper Ordorika. LLoyd Cole pensó en quienes han aportado magia a las grabaciones de su vida. Según cuenta el propio músico, tras muchos años grabando y girando en solitario, tenía la necesidad de sentirse rodeado de nuevo por una banda, un grupo de músicos que mejoraran el trabajo que un ordenador y su par de guitarras venían haciendo hasta ahora. Así que vía email se puso en contacto con quienes, a la postre, grabarían el álbum: ─ “Estoy grabando un disco, a la vieja usanza. ¿Interesado? El sueldo es muy bajo y no es negociable”.
Todos respondieron que sí.

- Sus dos compañeros de gira, con los que desde principios de año ha dado una serie de conciertos en formato de trio acústico bajo el nombre de LLoyd Cole Small Ensemble: Mark Schwaber (guitarras y mandolin) y Matt Cullen (guitarras y banjo)
- Blair Cowan (teclados), miembro de los Commotions, con quien ha firmado canciones que perdurarán en la memoria de toda una generación que creció escuchando pop a mediados de los ochenta. Han vuelto a componer mano a mano una perlita, con Serge Gainsbourg en mente, de título “Oh Genevieve”.
- Fred Maher (batería y percusión) con quien ya trabajó a principios de los ’90 en sus dos primeros discos en solitario. En su curriculum: Scritti Politti, Lou Reed o Matthew Sweet.
- Joan Wasser (piano, violin, guitarra y voces), más conocida como Joan as Police Woman, también ha sido miembro de Anthony and the Johnsons.
- Rainy Orteca (bajo), también en Joan as Police Woman y Anthony and the Johnsons.
- Bob Hoffnar (pedal steel) Ya había trabajado en “Bad Vibes”, su tercer disco en solitario.
- Kendall Meade y Dave Derby (coros), sus voces se suman a la de Joan Wasser y, por supuesto, a la del propio LLoyd Cole.

Todo estaba dispuesto para inmortalizar un disco que su autor ha definido como el capricho de quien está próximo a cumplir los cincuenta y del que cree será su última grabación con una banda de rock. Y ha sido así, precisamente, porque las canciones se lo pedían, porque se lo merecían, once perlas, cualquiera de las cuales podría figurar entre lo mejor de su discografía (no exagero, este álbum es una delicia, tiene melodías, tiene nervio, tiene alma). Necesitaba de una banda que aportara nuevos puntos de vista, que cada uno de sus miembros ofreciera su perspectiva en busca de la belleza. Y lo consiguen, desde “Like a broken record”, una preciosidad acústica, hasta “Double happines”, revisitando el pop-rock americano como sólo un inglés sobrado de clase podría hacerlo (me vuelvo a acordar de Nick Lowe), con una producción pulcra donde menos es más (jodida y manida frase, esta vez cierta), arreglos folk con uso de violín, mandolín y banjo, y unas armonías vocales que dan la réplica y complementan a quien no se ha olvidado de componer canciones casi perfectas de tres minutos de duración.

“Writers retreat!” debería suponer su vuelta a las listas de ventas (pero no va a ser así, ¿que se apuestan?)

lunes, 16 de agosto de 2010

Ray LaMontagne and the Pariah Dogs - God willin' & the creek don’t rise

Tras unos pocos días viviendo en pecado con un disco que hasta hoy 17 de agosto no ha sido oficialmente publicado, y tras la primicia de la Land, llega el momento de compartir sus encantos.

Conocer a Ray LaMontagne y no caer rendido es como no tener alma. No se me ocurre una frase más adecuada para describir su música. Desde luego, un artista diferente al resto, uno de los pertenecientes a la rara especie de los que no se pueden integrar en ningún movimiento o estilo porque ellos lo son en sí mismos. Que sí, que es posible que no haya inventado nada no escuchado antes, que sus canciones nos remitan a Van Morrison, Otis Redding, Tim Buckley..., incluso a Mojave 3 o Ryan Adams; que se declare abiertamente admirador de Stephen Stills (escuchar “Treetop flyer” fue la razón por la que se dedica a la música), Ray Charles, Bob Dylan y The Band; que su parecido físico y su forma de cantar nos traiga de vuelta al mundo de los vivos a Richard Manuel y que sus maneras sean las de Nick Drake; pero lo hace suyo y lo hace maravillosamente bien.

-"Cada canción es diferente. Algunas son más viscerales y personales, y otras no. Y algunas contienen sólo fragmentos de verdades personales. Pero, realmente, lo que importa es la verdad emocional de la canción. Si es honesta, si es real, estas cosas no se pueden falsificar. Estoy simplemente intentando crear una canción que perdure."
Así se sinceraba Ray antes de recluirse con los Pariah Dogs a grabar el cuarto álbum de su carrera, el fruto de más de dos años de creación y registrado en tan sólo dos semanas de trabajo en su propio hogar, una granja situada al oeste de Massachusetts, donde vive con su mujer e hijos. Conocido por su extrema timidez (nunca ha grabado un video, no es amigo de echarse a la carretera y sobre el escenario se limita casi exclusivamente a cantar, a ser posible poco iluminado), ningún lugar mejor para grabar un disco que su propia casa. Y lo hace prescindiendo de Ethan Johns, el productor de sus tres primeros trabajos, para tomar las riendas en primera persona, precisamente cuando, por primera vez también, el nombre de la banda acompaña al suyo en la portada del álbum: RAY LAMONTAGNE AND THE PARIAH DOGS.

"God willin' & the Creek don’t rise" no supone un cambio de rumbo, sino la continuación, la evolución, del estilo "Ray LaMontagne", soul, folk, country, blues y todo a la vez, música surf para los días de calma chicha, cuando las tablas se recogen alrededor de la hoguera. Inmediatamente reconocible gracias a su voz, áspera, ahogada, como si hubiera tragado todo el humo del mundo, afinada desde las tripas y entonada con el corazón.
“Repo man” abre el álbum a ritmo de funk descarnado, un álbum que se cierra con blues, “The devil’s in the jukebox”, y que transita sobre todo por las sendas del country y la música de raíces americanas gracias a la evidente aportación del grupo que lo acompaña. Canciones que podrían haber formado parte de cualquiera de las entregas anteriores de nuestro protagonista, pero que con el bajo de Jennifer Condos tirando del carro, Jay Bellerose acariciando los ritmos (este tío tiene magia, y si no que se lo pregunten a quienes lo vimos con Joe Henry) y Greg leisz haciendo diabluras con su pedal steel, suenan diferentes a cualquiera de sus entregas anteriores. Más cerca que nunca de Gram Parsons, de Neil Young o de su admirado Stephen Stills, diez canciones de las que no me atrevo a destacar ninguna (mientras esto escribo "For the Summer"), emponzoñadas de blues y de soul, como sólo el león de Belfast sabía hacerlo antes de perder el alma.

Sería atrevido decir que se trata del mejor álbum de LaMontagne, "Till the sun turns black" será siempre una referencia, podrá componer discos mejores o peores, que nos gusten más o menos, pero su segundo larga duración siempre será objeto de comparación, un clásico, otro de esos discos que, como bien dice mi amigo Joserra, trascienden más allá de la música para convertirse en estados de ánimo, el reflejo de una época de nuestras vidas, de un sentimiento, siempre subjetivo para cada uno de nosotros. "God willin' & the Creek don't rise" es el primer álbum que hace por sí mismo. Tras jurar fidelidad a Ethan Johns, en realidad no lo ha traicionado, su impronta sigue presente aunque él ya no esté, simplemente ha aprendido a caminar sin que le guíe sus pasos, ahora se siente seguro, la seguridad de quien tiene a su servicio una banda que es garantía de calidad y unas composiciones siempre hermosas, emotivas y, ahora también, vibrantes.

UNA PUTA OBRA MAESTRA, otra de la cosecha del 2010. Y sí, ya sé que me repito, pero uno no se cansa ni del buen vino, ni de la buena música. Y de este disco, tengo la certeza, nunca me voy a cansar. Y me atrevo a decirlo: Es el mejor álbum de su carrera. Me tiene literalmente sorbido el seso, y con cada nueva escucha, no exagero al decir que, también el sexo, algo de lo que espero tampoco nunca me vaya a cansar.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Arcade Fire - The Suburbs

.
La primera vez que escuché el nuevo álbum de Arcade Fire pensé en el doble blanco de The Beatles *. De eso hace ya mucho tiempo, sabe Dios cómo y no les voy a decir gracias a quién. Se trataba de una versión bastante indecente, con canciones equivocadas, algunas grabadas directamente de la radio o de videos del Youtube, se trataba, simplemente, de hacerse una idea de que iba el asunto antes de tener entre mis manos la versión definitiva, al alcance de todos los mortales desde el pasado 2 de agosto. Quizá sólo fuese por la cantidad de canciones, dieciséis, o porque su paleta de colores abarca muchos más tonos que sus entregas anteriores, pero el "White album" de los cuatro de Liverpool fue el disco que asocié inmediatamente a "The Suburbs" y así se lo hice saber a quién tuve oportunidad (entre ellos el culpable de que yo pudiera escucharlo en primicia).
De todas formas, no quería aventurarme a hablar del mismo antes de que estuviese en la calle, antes de escuchar una docena de veces cada uno de sus surcos y después de atenuado el impacto primero, el causado por esta PUTA OBRA DE ARTE a quien escribe estas líneas con el convencimiento de que diga lo que diga no voy a ser capaz de transmitir ni la décima parte de lo que el disco me dice a mí.

Debe ser realmente complicado saber que dirección tomar cuando tus dos primeros álbumes han sido un éxito rotundo a todos los niveles. Como si "Neon Bible" fuera una cima difícil de superar, al menos a nivel emocional, han optado por las canciones. La épica deja paso al rock, al pop, al punk y al techno, pero no han dejado de ser ellos, los mismos que tenían una facilidad insultante para poner la carne de gallina a todo el que le circule sangre por las venas. Markus Dravs repite como productor y, aunque la idea sigue siendo conceptual (sus años de juventud y los Suburbios dónde crecieron los hermanos Butler son los protagonistas esta vez), a diferencia de sus anteriores entregas, se pierde la sensación de conjunto, de todo global, en beneficio de las partes, alguna de las cuales sería impensable en el repertorio de los autores de "Funeral". Y, sin embargo, no se trata de una mera colección de temas cada uno de su padre y de su madre, la secuencia de los mismos es casi perfecta y cambios bruscos en el tempo y en el estilo de historias entrelazadas, abordadas desde diferentes perspectivas, logran que la sensación de duración del disco sea mucho menor que la real. Logran que el oyente esté siempre en estado de alerta y que las emociones se sucedan, desde la euforia hasta la melancolía, sin dejar de disfrutar de las canciones, siempre las canciones.
Se han tomado tres años para permitir ver la luz a su tercer larga duración (como The National, como Josh Ritter, como Amigos Imaginarios, Mary Gauthier, Band of Horses... Parece ser el tiempo perfecto para madurar una obra maestra). Posiblemente un montón de canciones han luchado por ser incluidas y no creo que la elección de ninguna de ellas haya sido fruto de la casualidad ni mucho menos de la necesidad de llenar minutos (más de sesenta, que hace unos años se nos presentarían en forma de doble lp).

“The Suburbs” abre el disco y, a la vez, el universo Arcade Fire por caminos inexplorados hasta ahora, el estribillo de la canción, que podría haber sido compuesta hace cien años en New Orleans, parece cantado por Neil Young. Seguramente será motivo de enojo de más de un fan de los canadienses, así que con la siguiente, “Ready to start”, retoman senderos ya transitados y utilizan el corte más fiel a su estilo, precisamente, para decirnos: ―"...y si yo fuera puro, tú sabes que lo sería, y si yo fuera tuyo... Pero no, ahora estoy listo para empezar".

Borrón y cuenta nueva, “Modern man” es la bofetada definitiva a todo el que sigue pidiendo otro "Funeral" y, en la misma tónica, “Half light II (no celebration)”, “Deep Blue” o “We used to wait” nos recuerdan la música que Win Butler escuchaba mientras jugaba a ser mayor en los suburbios, se enamoraba (aunque fuera por carta) y una máquina pugnaba por el título de mejor ajedrecista del mundo. No faltan los himnos (como “Rococo”), momentos álgidos, sí, pero rivalizando con medios tiempos (maravillosa “Wasted hours”) y alguna que otra incursión en los años ’80, con un matiz: Joy Division han evolucionado hasta New Order y los Depeche Mode han vuelto a sus años más hedonistas, aquellos primeros tiempos donde primaba la pista de baile sobre los estadios de fútbol.

En el centro de todo, “Suburban war”, la mejor composición del año, bueno, con el permiso de “Runnaway” de The National. Difícil elección, sobre todo si eres de los que te quedarías con “The curse” de Josh Ritter o, ¿por qué no?, con “Cleopatra reina de Africa” de Amigos Imaginarios (y todavía habrá quien defienda que esto se va al garete, la SGAE mismamente).
Vocalmente, Win Butler es el cruce imposible entre Neil Young y David Byrne, se acerca a David Bowie (justificando la ya lejana colaboración del camaleón con una banda emergente) y consiguen con “Month of May” lo que el duque blanco no logró entre todos sus álbumes de finales de los ‘80 y principios de los ‘90, la perfecta canción techno-punk.

Y reservada para el final (si obviamos el epílogo con la versión (continued) de “The Suburbs”), la mayor de las sorpresas. Régine Chassagne tiene especial protagonismo a lo largo del álbum, en “Empty room” (aunque ahogada bajo capas de cuerda que empujan la canción a todo trapo), en “Half light I” (de nuevo arropada por violines, pero esta vez respetada, y ayudada por su marido), y sobre todo en “Sprawls II (mountains beyond mountains)”, un grito desesperado y sorprendentemente optimista. La canción en la que Régine deja de recordarnos a Bjork para reencarnarse en la Blondie del siglo XXI, es posible que haga vomitar a más de un fanático, pero seguro que hará bailar a muchos más. Libre de prejuicios, es un tema realmente adictivo, podría haber quedado como anécdota en una escondida cara B pero han preferido incluirla dentro del listado de un álbum enorme, y arriesgado, que no debería ser juzgado hasta transcurridos, al menos, veinte o treinta años.


El cinco de agosto tuvo lugar la puesta de largo oficial del álbum, recién publicado tres días antes. Fue en el Madison Square Garden de New York en un concierto filmado por el cineasta Terry Gilliam y retransmitido en directo por YouTube como parte de una serie denominada UNSTAGED. Todos los videos de ésta entrada son fragmentos de dicha actuación, donde queda de manifiesto que los nuevos temas no sólo no desentonan con los clásicos de la banda, sino que enriquecen un repertorio ya de por sí impresionante, la de la mejor banda en directo del planeta:

Ready To Start
Neighborhood #2 (Laika)
No cars go
Haïti
Empty room
The Suburbs
Crown of love
Rococo
Intervention
We used to wait
Neighborhood #3 (Power Out)
Rebellion (Lies)
Month of may
Keep the car running
Neighborhood #1 (Tunnels)
Sprawl II(Mountains beyond mountains)
Wake Up
El propio Terry Gilliam se refirió al proyecto (que verá la luz e forma de DVD) como la mejor terapia posible para la depresión que le atrapó tras la interrupción del film que tenía entre manos: "The man who killed Don Quixote". Para quien ésto redacta, diecisiete razones para asistir a su próxima gira por estos lares:
Santiago de Compostela (5 de septiembre)
Madrid (20 de noviembre)
Barcelona (21 de noviembre)
Son más de diecisiete, muchas más... Pero me temo que no serán suficientes.




* Leo en el Mondo Sonoro del mes de agosto una entrevista a Richard Reed Parry (multi-instrumentista miembro del grupo) que se refiere al álbum en estos términos: ―“...en realidad éste es nuestro intento de componer nuestro partícular White Album, con canciones muy diferentes entre sí en el aspecto sonoro, pero letras e ideas que se repiten, autoreferencian y solapan a lo largo y ancho del disco”. Así que mi primera impresión no andaba muy desencaminada, pero claro, después de leer la entrevista tampoco queda muy original... ¡Qué se le va a hacer!

Dead shopping malls rise
Like mountains beyond mountains
And there’s no end in sight
I need the darkness, someone please cut the lights