sábado, 30 de julio de 2011

Are You Ready To Be Heartbroken? Lloyd Cole & his Small Ensemble – Museo de San Telmo, San Sebastián

Creia que estaba preparado para que me rompieran el corazón, predispuesto, sí, pero mi otras veces maltrecho órgano salió indemne de un encuentro largamente deseado. Ya no soy ese adolescente con una lista de cosas que hacer antes de cumplir la mayoría de edad, sin embargo, las canciones de Lloyd Cole me siguen emocionando. Sus tres últimos álbumes rivalizan en mi cabeza con los de otro inglés, Nick Lowe, a quien, como él, el nuevo siglo le ha pillado con la acústica colgada del hombro y cada trabajo que nos presenta es diferente y mejor que el anterior. CLASE, ¿recuerdan la palabrita?

La noche era fría, muy fría, y yo estaba un poco perdido por las calles del casco viejo de San Sebastián haciendo tiempo hasta media hora después de la medianoche, la hora que señalaba mi entrada para el concierto de Lloyd Cole & His Small Ensemble. Perdido y nervioso, para estas cosas todavía me sigo comportando como si fuera mi primera vez, y en cierta forma lo era: a Lloyd Cole lo descubrí con dieciséis años y nunca tuve la oportunidad de verlo cara a cara. Como ocurriera con Antony & The Johnsons en el mismo festival, también de madrugada, a una hora poco habitual para propuestas tan reposadas, y también por primera vez, el hormigueo de mi estómago (espero que nunca desaparezca) me hacía sentir raramente especial. En aquella ocasión, lo de Antony fue memorable, en esta... la noche era muy fría, demasiado fría para ser 22 de julio.

La expectación era tal que hacía tiempo que las entradas estaban agotadas y casi una hora antes, desde mi último cobijo, un bar cercano, ya se podía apreciar una larga cola para acceder al remodelado museo de San Telmo. Sí, han leído bien, las entradas estaban agotadas, la expectación era alta (incluso la TV estaba haciendo entrevistas) y el concierto tendría lugar en un remodelado y recién inaugurado museo que hasta el siglo pasado fue un convento de frailes dominicos. Los dominicos siempre fueron un poco vividores, así que no creo que les pareciera mal la idea de celebrar tres actuaciones simultáneas en diferentes localizaciones del edificio, con un cuarto de hora de desfase entre el comienzo de una y otra, pudiendo el público moverse entre ellas a su antojo (algo que desconocía antes de leer el periódico de la mañana pero que no tenía ninguna intención de hacer). Las noches de San Telmo se bautizaría el experimento como novedad en el jazzaldia 2011, eso sí, para el escocés se había reservado el claustro, el mayor de los aforos.
De un solo trago me tuve que beber el vino, compañero casi imprescindible para sentir ese saborcillo en el paladar antes de los conciertos, y que facilita a las tripas, libres del deber de la digestión, la capacidad de sentir allá donde no llegan los oídos. Iba a ver a Lloyd Cole, el creador de "Rattlesnakes" (¿el mejor álbum de pop de todos los tiempos?), veinticuatro años después de quitarle la funda a "Mainstream", después de escuchar “My bag” y esa portada en blanco y negro a la que daba mil vueltas sin estar seguro de cual de las fotos era la del líder de los Commotions.

La periodista de la ETB me preguntó por el museo y no supe qué responder, era mi primera vez también en el museo y no tenía ni idea de qué me iba a encontrar dentro pero sí con quien, y a Lloyd Cole le hubiera ido a ver aun tocando el W.C. del bar del que acababa de salir.
― “¿Lloyd Cole?, hacia la izquierda”.
El claustro, precioso, casi quinientas sillas frente un pequeño escenario donde se podían apreciar cuatro guitarras, banjo y mandolina. El lugar era... perfecto, pero... hacía frío y me temo que no todos los asistentes, ni siquiera los más madrugadores, tenían muy claro quien es Lloyd Cole. ―“Thank you for coming”, gritaba uno de los que sí lo sabía, ―“Thank you for invite us”, replicaba un serio Cole que no terminaba de entender qué hacía en un festival de jazz, ni él ni una pequeña parte de ese público que se había dejado embaucar por las noches de San Telmo y se encontraba con una estrella del pop de finales de los ochenta, presentando su nuevo trabajo, el maravilloso "Broken Record", y viajando a través de los años y de sus discos con versiones acústicas, casi desnudas, de canciones que a quien esto escribe le acompañaron en momentos que marcan una vida, “una vida que parece interminable cuando eres joven”.

Mirando al cielo, “No blue skies”, primer escalofrío, y sucesión de clásicos y recuerdos de todas las épocas: “Why I love country music”, “Don’t look back”, “Perfect Skin”, “2 CV”, “Margo's waltz”...; emociones más que canciones, sentidas por fin frente a su autor, reconocidas y celebradas, especialmente por quienes dejamos atrás la tercera década de nuestras vidas: “Forest fire”, “Are you ready to be heartbroken”, “Rattlesnakes”...; y perlas escogidas de su última entrega: “Like a broken record”, “Writers retreat”..., las que mejor encajan en el formato de trío en el que se presentaron como The Small Ensemble y de las que un maduro Cole se siente especialmente orgulloso (―“...es posible que alguna de las canciones no las hayáis reconocido, pero sí disfrutado, al menos eso espero, están incluidas en nuestro último álbum: "Broken Record"). Nos confesó cómo le hacen sentir algunas canciones ajenas cuando al escucharlas parece que hubieran sido escritas para él, la aspiración de todo compositor... y eso es exactamente lo que yo siento con un buen puñado de las suyas: creerme que hubieran sido escritas para o por mí, me ocurría en 1987 y me ocurre ahora repasando los versos de “Like a broken record”. Me tenía ganado de antemano y, sin embargo, algo no terminó de funcionar.

Parte del público decidió levantar el culo (curiosamente algunos de las primeras filas) para ver qué se cocía en los otros escenarios y eso sienta muy mal a quien se desnuda frente a ti. Otros lo hicieron en busca de comida y bebida, había un puesto de perritos y cerveza (la puta historia de siempre), justo en un lateral, donde se reunían a contar sus penas aquellos que no sabían qué se les había perdido en San Telmo, acaso ellos mismos tratándose de encontrar con la música de fondo. La extrema delicadeza de unas canciones arregladas para ser disfrutadas en la soledad requieren concentración, pasión y entrega por ambas partes. Escucho "Small Ensemble" (el maravilloso acústico autografiado) y sigo sin entender qué fue lo que falló, sus éxitos de siempre funcionan perfectamente despojados de su vestido original, pero también me doy cuenta de que en un teatro y fuera de la vorágine del festival hubiera sido muy diferente.
Se disculpó Cole por no tener quién les afinase las guitarras entre canción y canción, mientras, una borracha entonaba una melodía, ― Absolutely, fue la primera reacción del escocés, ― Cállate, hija de puta, parecía decir su mirada la tercera vez que la chica nos premió con su beoda cancioncilla. Algo no terminó de funcionar, quizá un montón de cosas, les aseguro que de haber sido Van Morrison la actuación no hubiera pasado de los diez minutos, pero... tras hora y veinte sobre el escenario los tres músicos se retiraron y el público apenas insistió para el bis. No hubo bis. Hacía frío cuando la mayor de las agujas del reloj amenazaba con las dos de la madrugada.

Esas canciones que me hacían levitar con sólo tararearlas no terminaron de levantar mis pies de la tierra. Quizá simplemente sea que ya no estoy preparado para que me rompan el corazón.

Hacía frío la noche del 22 de julio, demasiado frío.

domingo, 10 de julio de 2011

Brazzaville – Jetlag Poetry

Teclear en el google Brazzaville o David Brown nos dará principalmente dos bloques de resultados: Capital del Congo y saxofonista de Beck, respectivamente. Eran los tiempos de "Odelay" y "Midnite Vultures" y siempre será recordado primeramente por su participación en esos discos que por haber dado a luz siete maravillas escondidas tras el nombre de Brazzaville y una, no menos preciosa, firmada en primera persona, todas ellas delicadas colecciones de canciones delicadas.

Cuando el resultado de la búsqueda es el perseguido nos encontramos con un grupo multicultural e internacional, diferente en cada disco, cuyo líder y verdadero espíritu del proyecto es un californiano que un buen día lo dejó absolutamente todo para trasladarse a Barcelona y, desde ahí, recomponer la banda, esta vez con músicos locales y americanos que, como él, decidieron cruzar el charco. Definen por ahí su música como “noir tropicalia”: con miembros procedentes del Zaire, El Caribe, España y Estados Unidos, lo más socorrido es imaginarse sus coordenadas cerca de los paralelos tropicales, acertar con la predicción es cuestión estadística. Y la estadística se cumple más o menos en los primeros álbumes pero... pero yo quisiera colocarlo entre el canalla de Willy DeVille y la clase de Leonard Cohen, la de quien a partir de "I’m Your Man" combinó la guitarra española con los sintetizadores, la sensibilidad con la ironía, el vals con el rock, la bossa, el pop, el flamenco, y siempre detrás de la poesía de sus letras. Y lo veo como a Elliott Murphy, exiliado en Europa, cambiando Paris por Barcelona, o como a Mike Scott, rodeado de diferentes músicos cada vez, publicando discos en solitario o respaldado por una banda mutante, siempre con el mismo fin: sacar a la luz las canciones de David Arthur Brown.

Hacía tiempo que un solo álbum no monopolizaba mis oídos, durante días, casi en exclusiva, "Jetlag Poetry" me ha acompañado paseando, conduciendo, volando... en casa se adueñó del equipo y en la calle del mp3, es un disco para escuchar al amanecer (“Some days”) y al ponerse el sol (“3Jane”), en los días luminosos (“Pillow from home”) y en los grises (“Ash cloud”); canciones que hubieran sido éxito en boca de Serge Gainsbourg (“Downtown boyz”), canciones que valen por un álbum entero de Belle & Sebastian (“Your motion says”), o por las que David Bowie volvería a la carretera (a él rinden tributo con la versión de “Moonage Daydream”, convertida en nana, una alucinación espacial que con sólo dejarse llevar por los violines te sumerge en el mundo de los sueños); un disco para escuchar en soledad o en compañía, preferiblemente en buena compañía, lleno de matices para descubrir y para compartir; la sensibilidad de sus letras, la belleza de sus melodías, para disfrutar, para dejarse llevar, desde la caricia de “Rather stay home” hasta llegar a “Caspien see”, estamos en las orillas del Mar Caspio, pero ese acordeón podría sonar en cualquier puerto del Mediterraneo, en cualquier puerto de cualquier lugar.

Me había propuesto comenzar el artículo describiendo el término “clase”, al menos intentarlo, no se me ocurría mejor forma de presentarles a Brazzaville y su nuevo disco, sobrado de eso que yo entiendo por clase, elegancia, dulzura, seducción, pero... es frustrante, las palabras y los sentimientos corren por caminos diferentes. Lo bueno que tiene la música es que por mucha palabrería que utilicemos (o en el extremo opuesto quedándonos tontamente sin palabras), una vez escuchada, es imposible que nos den gato por liebre. Por mucho entusiasmo que derrochemos, el empeño será baldío si la canción no produce el efecto prometido. ¿Cogemos un atajo?


Me los presentaron una tarde de verano: conduciendo camino de casa, en radio 3 estaban entrevistando a un tipo amable, educado y cercano que se expresaba en castellano no sin dificultad. Estaba promocionando el que ahora es su antepenúltimo disco, "East L. A. Breeze". Hace de ello como cuatro o cinco años y recuerdo vagamente que hablaron del éxito de que gozaba la banda en Rusia y de “Star Called Sun”, la particular versión que hicieron del grupo ruso Kino (el siguiente álbum incluyó una colaboración con los también rusos Minerva: “The clouds in Camarillo”), y el por qué de bautizarse con el nombre de la capital del Congo (no recuerdo la respuesta, si es que la hubo). Y me veo hablando conmigo mismo (en cuestiones musicales casi nunca tenía interlocutor) y diciéndome –“¡Hostia!, estos tíos tienen clase”. Le sigo dando vueltas a la palabrita, quizá cada uno tengamos un concepto diferente de lo que significa, más relacionado con la química que con la física, ya saben, como el amor: ese algo que nos hace ver un no se qué en determinadas personas, en determinadas conductas, en determinadas músicas, que les hacen especiales y, mejor aun, que nos hace a nosotros sentirnos especiales también. Brazzaville tienen ese no sé qué, no es que sea muy diferente a nada ya escuchado anteriormente, se trata de que su música me hace sentir diferente a mí, especial, para que nos entendamos: en la puta gloria.

Brazzaville está dedicado a la idea ingenua de que el mundo es un lugar hermoso lleno de maravillas. Creemos que existe otra realidad, justo debajo de la superficie de nuestro mundo de vigilia, en la que todo está bien. Esta es la verdadera realidad para nosotros. Estamos comprometidos en convertir el mundo que nos rodea en un lugar con menos miedos ayudando a los demás siempre que nos sea posible. Nos encanta tocar música y soñamos con tener un barco que navega sobre aceites recorriendo los siete mares haciendo nuevos amigos y comiendo bacalao salado y mangostán. (www.brazzaville-band.com)

Estos soñadores han publicado el mejor disco del año.