lunes, 27 de septiembre de 2010

Alejandro Escovedo – Street songs of love

He de reconocer que, a pesar de su larga e interesante trayectoria, no sabía que existía un señor llamado Alejandro Escovedo hasta que una enfermedad, que casi se lo lleva de este mundo, aunó los talentos de amigos y admiradores en un disco benéfico: “Por vida: A tribute to the songs of Alejandro Escovedo”. Calexico, Lucinda Wiliams, Cowboy Junkies, Peter Case o Steve Earle, entre otros, figuraban en sus créditos e hicieron que, tras los artistas, me fijara en las canciones.
Corría el año 2004 y tres antes acababa de publicar un disco objeto de culto por parte de unos pocos aficionados con buen gusto, y referencia de muchos artistas con mejor suerte que nuestro protagonista: “A man under the influence”.

La vida le dio a Alejandro la oportunidad de seguir adelante, a mí la de descubrir su talento y disfrutar de sus canciones, retroceder en el tiempo en busca de sus viejos discos y esperar la publicación de los que estaban por llegar: una trilogía sin desperdicio, a partir del segundo de los cuales, “Real Animal” (2008), comienza una colaboración a tres bandas con Tony Visconti a la producción y Chuck Prophet a la composición. El mismo grupo que figura en los créditos, y en el espíritu, de “Street Songs of Love”.
¿El mejor trabajo de Alejandro Escovedo? Nunca seré objetivo al valorar un disco en el que Chuck Prophet esté implicado, es un genio y uno de los mejores guitarristas del mundo. Verlo en el Colegio de Abogados de la ilustre villa de Bilbao fue un lujo (todavía me estoy pellizcando) y disfrutarlo con banda en Vitoria un placer que conforme pasa el tiempo valoro más y más. Fue precisamente en la capital alavesa donde nos presentó a su buen amigo Alejandro, lo hizo versionando uno de los temas de “Real Animal”, “Always a friend”, refiriéndose a él como un “amigo de verdad” y no lo que nos venden el facebook, twitter, el messenger y demás. La canción que he encontrado por casualidad enredando en Youtube y la razón que me impulsa a escribir este texto. Beluga importado del nacimiento del Volga.

La vida es así de caprichosa, y muchas veces injusta. El nuevo álbum de Escovedo se merece una docena de entradas, independientemente de los músicos que hayan participado en él, un gran disco de rock y de americana, el motivo por el que su autor debería figurar en las listas de lo mejor entre lo publicado este año. Una colección de clásicos instantáneos. “Anchor” es su primer single.

Pero yo, entre todas, me quedo con “This bed is getting crowded”. Él la presenta como la primera canción que compuso para el nuevo álbum, una canción de amor. La firma a medias con Chuck Prophet y la huella del californiano queda patente.

Nunca es tarde para descubrir buena música, otros se quedaron en el camino, en el caso de Alejandro Escovedo todavía estamos a tiempo, tiene 59 años, la ilusión de quien acaba de comenzar, la experiencia de quien publica su décimo disco en solitario (más docenas con otros artistas) y un talento innato que nunca lo abandonó. Es hora de que se lo reconozcamos.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Karen Elson – The Ghost Who Walks


Despojémonos de prejuicios. Siempre habrá quien (yo el primero) se acerque con mil reparos a un disco que puede no ser más que el capricho de una modelo o actriz (en ocasiones el sujeto es masculino, pero suelen ser los menos). Lo peor de todo es que casi siempre se suelen rodear de productores, compositores y músicos de reconocida valía. No voy a dar nombres, seguro que cada uno de nosotros ha pensado en unos cuantos. Pero..., a veces... se me ocurren dos ejemplos para llevar la contraria: Zooey Deschanel (de She & Him) y Karen Elson.
En esta ocasión estaba cantado. “The Ghost who Walks” (“El Fantasma que Camina”, como la apodaban en el colegio) es el álbum de debut de la modelo inglesa Karen Elson, esposa del polifacético e hiperactivo Jack White (White Stripes, The Raconteurs, The Dead Weather). Se conocieron gracias a un video-clip. Tres colores dominan la estética de los White Stripes: blanco, negro y rojo. Ningún otro de los contenidos en el espectro tiene cabida ni en el vestuario ni en las portadas de sus discos. Así que para protagonizar el video de “Blue Orchid” eligieron a una modelo pelirroja de tez blanca como el papel:

Tras el flechazo, pudiera pensarse que Karen aprovechó la coyuntura para hacer sus pinitos en el mundo de la canción, pero no fue exactamente así. Para empezar, tiene una voz que justificaría que se publiquen media docena de discos con ella como único pretexto, pero es que tampoco se trata de una recién llegada (¿cuantas veces habré leído esto?) y, a pesar de su profesión, no se trata del antojo de una nena mona a quien le componen un disco (esto todavía lo he leído muchas más veces). En su curriculum se recoge militancia en el grupo neoyorquino The Citizens Band, cuya especialidad es la de versionar, llevados al terreno del cabaret, temas de The Velvet Underground, Leonard Cohen, Elvis Presley o Neil Young, ¡ahí es nada!; y además, ha colaborado, entre otros artistas, con Robert Plant o Cat Power (tórrida la versión que se marcan con “I love you” -je t'aime moi non plus- en homenaje a Gainsbourg).
Y después de tantos años tras el micrófono, le ha llegado el turno de ser la dueña del nombre que aparece en la portada del álbum. El resultado, para disgusto de todos los que tenían preparada la crónica de antemano, justifica la atención que se le pueda prestar obviando su belleza o el apellido que recoge su nuevo libro de familia. Karen es la compositora de casi la totalidad de los temas (a excepción de “Lunasa”, obra de Rachelle Garniez), de un álbum inclasificable que cambia fácilmente de registro, de espíritu cabaretero (“100 Years from now” no desentonaría en el repertorio de los Dresden Dolls), con aires folkies (“Stolen roses”), con evidente aroma country (“Cruel Summer” o “The Last laugh”, que vivir en Nashville tiene que marcar), y por supuesto, donde es patente la impronta de Jack White. Él se encarga de la producción, logrando un sonido cercano al blues, oscuro y orgánico, y también toma las baquetas para conseguir ese ritmo sincopado tan característico de los White Stripes (aunque en éstos la batería sea cosa de su compañera Meg). Y quizá sea debido a la producción, unificadora del conjunto, al órgano de Carl Broemel (My Morning Jacket), otra de las señas de identidad del sonido del álbum, o a la estrecha colaboración con la multiinstrumentista Rachelle Garniez, coautora de varios de los temas del mismo, que la escucha del disco, desde la oscura “The ghost who walks” hasta el vals épico “Mouths to feed”, no te deja la sensación de encontrarte frente al debut de una cantante solista, sino al de una banda, un grupo con un espléndido presente, aportando cada uno su dosis de calidad (que es mucha) y con el deseo de que la historia tenga continuidad.

Una voz de verdad, una artista de verdad, un álbum de verdad.

Yo, me como mis prejuicios.

Y sí, el que toca la guitarra es Jackson, hijo y miembro de la banda de Patti Smith, que ha abandonado a su madre por amor. Se ha casado con Meg White, el 50% de The White Stripes, y se ha enrolado en el grupo de la mujer del otro 50%.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Supertramp – Bizkaia Arena


La historia es más o menos conocida por todos. Un mecenas holandés se enamora (del talento musical) de Rick Davies, éste pone un anuncio al que responde un inglés de nombre Roger Hodgson y juntos fundan Supertramp. Estamos en 1970. Tras dos discos de los que hoy en día casi nadie se acuerda, en 1974, y ya con la formación definitiva, “Crime of the Century” supone el inicio de una era de días de vino y rosas que termina cuando Roger decide amistosamente abandonar la banda en 1983. A partir de entonces...

"Cuando me fui del grupo llegamos a un acuerdo: Supertramp sería el vehículo de su música y yo iría en solitario"... "Quedamos en que él no cantaría mis canciones. Fue un pacto entre caballeros. En aquel momento éramos amigos y confié en él. Ahora ha traicionado ese acuerdo y canta las canciones que yo compuse. Soy un hombre de naturaleza pacífica, pero Rick está equivocado. Supertramp es su banda ahora y debería utilizar sólo sus canciones, que son maravillosas, y no engañar a los fans con mis temas. Lo curioso, lo más curioso es que a Rick nunca le gustaron mis canciones"..."Y ahora las utiliza".

Este extracto de una reciente entrevista concedida por Roger Hodgson a El Pais es exactamente la conclusión que extraje del concierto de Supertramp el pasado 17 de septiembre: Rick debería utilizar sólo sus canciones (que son maravillosas) y, además, no le gustan las de Hodgson, pero no las deja de tocar porque sabe que de ser así, en lugar de 7.000 personas, hubieran pagado su entrada la mitad. Todo sea por la pasta, incluido el USB que te venden a la salida con lo que se supone debería haber sido una actuación memorable (y a buen seguro que lo fue para muchos de los presentes).

Soy fan de Supertramp desde los 14 años. He de reconocer que en los últimos tiempos sus canciones han perdido protagonismo en mi vida, uno ha crecido y sus gustos evolucionado, sin embargo siempre serán portadoras de momentos y emociones que hacen que no pueda acercarme a ellas de forma objetiva. Como consecuencia de esa misma evolución, el mierdecilla que rebobinaba una y otra vez una vieja cinta para escuchar “Dreamer” y repetir hasta la saciedad “Breakfast in America”, le fue cogiendo gusto a las composiciones de Rick Davies y los temas menos inmediatos de “Crime of The Century”, “Crisis? What Crisis?” o “Even in The Quietest Moments”, terminaron ganando la partida. Por eso no me dio miedo acercarme hasta Barakaldo, aunque no estuviera presente parte de la formación original, aunque dejaran de lado los “hits” de Roger Hodgson.
Se trataba de celebrar el 40 aniversario del nacimiento de la banda que me infectó con el virus de la locura musical, precisamente a mí, que tengo su misma edad (que la banda, no que sus componentes). Fueron poco más de dos horas que deberían haber bastado para saldar cuentas pendientes desde hace 25 años, pero que me dejaron un sabor agridulce, en realidad, la crónica de una muerte anunciada.

El público fue el más variopinto que servidor haya visto nunca: desde niños de unos doce años, empujados supongo por el fanatismo de sus padres, hasta compañeros de generación del grupo, cuyos miembros originales superan sobradamente las seis décadas, eso sí, predominando la clase social media alta, discretamente encantadora a los ojos del genio de Buñuel, y que creo no equivocarme al pensar que lo mismo se ven a Bruce Springsteen que a Bisbal. Media hora antes del comienzo no había en el recinto más de 200 personas. Primero había que recoger a los niños de las actividades extraescolares, maquearse y tomarse una copa presumiendo ante los amigos de ir a ver a los Supertramp. No se explica de otra manera que luego el pabellón estuviera prácticamente lleno cuando un par de horas antes éramos cuatro (¡Sí cuatro!) los que esperábamos con la certeza de coger sitio al pie del escenario. Supongo que los verdaderos fans habían pagado la entrada Gold, con derecho a barra libre, total 200 € tampoco son tanto dinero por unos canapés y la foto que demuestre que estuviste allí.

Tengo la costumbre de acudir a los conciertos sin escuchar nada de sus protagonistas durante las semanas previas e intentar no leer ninguna crónica de actuaciones recientes, no sé, supongo que con el objeto, casi subconsciente, de que cualquier detalle me pille por sorpresa y poder disfrutarlo con la intensidad de quien lo hace por primera vez. Así, aunque lo sospechaba, no tenía la certeza de que Rick Davies se saltara el pacto entre caballeros (algo que deseaba antes pero no sigo pensando después), que hubiera nueve músicos encima del escenario (aunque si hubieran sido cinco no se habría notado) y que para la interpretación de “Another man’s woman” se montara el numerito de la sombrilla y un tipo en bañador y con periódico en mano (que creo era un fan) simulara la portada de “Crisis? What crisis?”.

Desde el primer tema, “You started laughing”, quedan patentes dos cosas: que Rick Davies, a sus 66 añitos, tiene mejor voz que a los treinta y que él es el grupo, Supertramp es su proyecto, se deja el alma en cada una de sus composiciones (sólo en las suyas) tocando el piano con rabia, con fuerza, con talento. Como si nada hubiera cambiado en tanto tiempo, desde luego su aspecto físico es el mismo que el de las viejas fotos de los tiempos de gloria.
El “setlist” no sorprendió a nadie (mas que a mí), repitieron canción a canción (y hasta los chistes de Helliwell) de los conciertos de La Coruña y Madrid. Está perfectamente estructurado: los éxitos de Hodgson se intercalan entre los temas favoritos de Rick, mucho más profundos y también mucho más cuidados a la hora de ser interpretados. Era más que evidente como, cuando de animar a la masa verbenera se trataba, atacaban las canciones conocidas por todos y Rick Davies se desentendía del piano (salvo en “School”), se perdía entre las percusiones y dejaba el protagonismo a Jesse Siebenberg o Gabe Dixon. Jesse, hijo del batería Bob Siebenberg, canta muy bien, ha girado con el grupo desde que era un bebé (literalmente) y también ha formado parte de la banda de directo de Roger Hodgson por lo que siente sus canciones casi como propias; suyas fueron las versiones de “The logical song”, “Breakfast in America”, “Give a little bit” o “School”; pero Gabe, con una voz mucho más limitada, destrozó “It’s raining again”, “Take the long way home” y “Dreamer”, me temo que con la complicidad de Rick Davies, que miraba para otra parte diciendo para sus adentros ―“¿queréis canciones de Roger? Tomad y disfrutadlas”. A mi lado, la gente enfervorizada coreaba los estribillos y yo tenía ganas de gritar: ―“¡El rey está desnudo! ¡No os dais cuenta!”
Hubo momentos en que me sentí fuera de lugar, pero estaba en primera fila y no había escapatoria posible. John Anthony Helliwell y Lee Thornburg no eran conscientes de que tenían delante a quien ha crecido con unas canciones que ellos parecían utilizar como fondo sonoro de una animación de hotel, con palmaditas y bailes tontos intentaron (y a veces lo consiguieron) estropear un cancionero con un enorme valor sentimental para una... pequeña parte de los presentes, los otros fliparon y rieron las gracias. No obstante, hubo grandes momentos. No me arrepiento en absoluto de haber pagado la entrada ni de ser de los más madrugadores en presentarme a las puertas del BEC, aunque sólo fuera por “Rudy”, que me puso la carne de gallina; aunque sólo fuera por “Poor boy”, “Downstream”, “Ain’t nobody but me” o “From now on”, en alguno de cuyos pasajes volví a sentirme adolescente; a pesar de los arreglos del absurdo comienzo de “Dreamer”, de la larga (demasiado) versión de “Another man’s woman”, que convirtió un sólo de piano en una exhibición interminable, de la desalmada interpretación de “School” y de que todos echáramos en falta no sólo la voz, sino también el espíritu de Roger Hodgson en las canciones que le pertenecen (el guitarrista Carl Verheyen es técnicamente perfecto, pero...tan pulcro, tan arregladito, que se echa de menos que se equivoque en media docena de notas pero mostrando que dentro le late un corazón).
Mereció la pena, porque no se crean... cualquiera no es capaz de ponerme la carne de gallina. Con “Crime of the Century” me quedé petrificado, esa canción siempre tuvo el poder de paralizarme, sabía que era la última, sabía que ésta sería la última vez.

A mí todo eso me da igual, pero mucha gente asistió con la convicción de encontrarse con unos decorados y un montaje de video impresionantes, sin embargo, las luces fueron pobres, las proyecciones casi inexistentes, salvo un par de imágenes en alguno de los temas, el video mil veces visto de “Rudy” y el final de “Crime of the Century”, para el que no se molestaron ni en quitar la escena de los dos abuelos que protagonizaban la portada de su álbum de 1997, “Some things never change”. Aquí no tenía sentido porque ninguna de sus canciones fue interpretada, ninguna canción posterior a 1983, salvo “Cannonball”.
Y respecto a quienes estaban sobre las tablas: El escenario era demasiado grande incluso para nueve personas, desangelado, la parte derecha estaba casi vacía, la izquierda la llenaban el piano y la voz de Rick, pero es que alguno de los nueve estaba de más. No sé por qué hay una corista si a penas se escucha su voz, el teclista Gabe Dixon también pasa bastante desapercibido y mucho peor es cuando se pone tras el micro en las canciones de Roger, Lee Thornburg tiene su momento de gloria en la trompeta de “Poor boy”, luego está más pendiente de secundar a Helliwell, añadiendo algún viento e inventando la coreografía de la última excursión del imserso. No siempre más es mejor.
RUDY – Madrid 16 Sep.
Supongo que cumpliendo con la regla, no escrita, de no hablar mal de nadie, no debería haber publicado esta crónica. ¿Por qué lo hago? Porque como Rick Davies, yo también me salto las normas de vez en cuando. Porque estoy harto de leer tonterías escritas de antemano, de ciegos forofos o de periodistas redichos con los tópicos de siempre: que si los mejores temas fueron los del “ausente”, que si Rick Davies es un segundón o que si todo el mundo salió encantado del mejor concierto visto jamás. Incluso los hay que todavía no se han enterado de que Mark Hart ya no está con la banda.
Lo dicho: los mejores temas no fueron los de Hodgson, sí los más coreados por ser los más conocidos, pero jugaban con mucha desventaja; Rick Davies es un número uno, pero con muy mala leche y un ego como una catedral; y los que fuimos a algo más que dar palmas y bailar los pajaritos no salimos encantados.

¡Ah! Y a la salida memorias USB con la mitad del concierto grabado, el resto disponible en descarga desde la web (previa introducción del código correspondiente). Les juro que antes de que todo comenzara, tenía pensado gastarme los 25 € que costaba el invento. Luego la publicidad de Helliwell (en uno de esos descansos que en las series de TV utilizan para los minutos promocionales) y el discurrir de la noche me disuadieron de ello. Prefiero que el recuerdo se desfigure, que mi mente me engañe y, finalmente, quedarme con los buenos momentos (los hubo muy buenos).

Cuentas saldadas, sólo en parte. Emocionante y sonrojante por igual.

EL GRUPO:
Rick Davies – voz, pianos, harmónica y percusiones
John Anthony Helliwell – Saxofones y clarinete
Bob Siebenberg - batería
Carl Verheyen - guitarras
Cliff Hugo - bajo
Jesse Siebenberg – guitarras, percusiones, piano y voz
Lee Thornburg – trompeta, piano y coros
Cassie Miller Thornburg - coros
Gabe Dixon – teclados, coros y voz

LAS CANCIONES:
Lo más parecido a un grandes éxitos 1973-1983, es decir cuarenta años de carrera que podrían haber sido diez, o la confesión por parte de Rick Davies de que desde que se echó el grupo a sus espaldas nada ha sido lo mismo.

You Started Laughing
La voz de Rick suena mejor que nunca, el wurlitzer sin embargo suena mal y al final mete un buen castañazo por lo que debe ser sustituido por otro piano.
Gone Hollywood
Put on your old brown shoes
Ain't Nobody but Me

Debería haber sido la primera de la noche. Punto de inflexión del concierto.
Breakfast in America
Tras el inevitable chiste de Helliwell al hablar del bacalao (en Madrid fue la paella y en Coruña el pulpo) como la segunda mejor comida del mundo después de... el desayuno en America, Jesse me saca de dudas al respecto de quien iba a hacer de Roger Hodgson.
Cannonball
La única posterior a 1983. Al final pierde fuelle.
Poor Boy
Quizá la más grata sorpresa para quien esto escribe. Una joya escondida en su “Crisis What crisis?”
From Now On
Give a Little Bit

Preciosa con las dos guitarras acústicas y Jesse de nuevo al micro. Pero no me quito de la cabeza a John haciendo de animador y dirigiendo el cotarro para indicarnos cuando cantar.
Downstream
El momento tierno de la noche que al final queda un poco ñoño con las imágenes de un lago que se reproducen en la pantalla.
Rudy
Por ella mereció la pena todo lo demás. El vertiginoso final con la película en blanco y negro filmada desde un tren a toda velocidad no por conocida deja de emocionar.
It's Raining Again
El pueblo quiere circo y Rick se lo da. El momento en que padres e hijos alzan los brazos para cantar todos juntos. Gabe Dixon hace lo que puede con su limitada voz. Por momentos parecía una verbena.
Another Man's Woman
La canción más emblemática del Crisis en la que el figurante de la sombrilla reproduce su portada y Rick se recrea en un solo de piano que muchos fans recordarán como el mejor momento del concierto.
Take the Long way home
Bloody Well Right

Rick echa el resto. Se nota que le gusta, que siente la canción.
The Logical Song
Jesse asume de nuevo el papel protagonista, pero esta vez al piano. Preciosa.
Goodbye Stranger
Lástima que con tantas voces no sean capaces de conseguir el efecto del original, ¿quizás estaba demasiado bajo el volumen de los coristas? La guitarra de Carl Verheyen en el solo final tampoco consigue acercarse siquiera al desasosiego que produce la versión del Breakfast.

BIS:
School
El único de los temas de Roger que Rick interpreta al piano, haciéndose cargo también de la harmónica. Uno recuerda el mítico “Paris” y creo que faltó tensión, pasión, alma.
Dreamer
Un poco más de circo. De nuevo, echamos a Gabe Dixon a los leones y de nuevo el vulgo se vuelve loco. La introducción sobra. Han querido dotarle de épica y se lo han terminado de cargar.
Crime of the Century
Todos sabemos que es la última. Y es otra de las que emocionan, paralizan. Por fin la gente deja de dar palmas. La batería de Bob Siebenberg se adueña del pabellón, el piano de Rick reproduce las notas finales del álbum que les valió la fama mundial y el saxo de Helliwell te encoje el alma, en un final esperado, conocido, definitivo.

jueves, 16 de septiembre de 2010

The Mynabirds

Suelo bromear diciendo que no conozco persona con mejor gusto que yo (de hecho coincido plenamente conmigo). Pero, dejando atrás los radicalismos juveniles, caes en la cuenta de que el mundo gira gracias a que no todos pensamos igual y que la clase y el buen gusto se pueden encontrar en polos opuestos. De vez en cuando, defensores habituales de sonidos o propuestas diferentes nos cruzamos en el camino. No hay mayor garantía de calidad posible.
Periódicamente le echo un vistazo a Los hijos bastardos de Henry Chinaski, porque sé que, aunque discurrimos por sendas muchas veces paralelas, cuando coincidimos siempre lo hacemos con motivo de un disco, de un grupo, de cinco estrellas. Les cito unos pocos ejemplos: Amigos Imaginarios, Maika Makovski, Mavis Staples, Ray LaMontagne y la banda que hoy nos ocupa. Seguro que hay muchos más. El caso es que un buen día Edu nos contaba que en un viaje por tierras cántabras su amigo, y músico conocido por todos, Quique González le recomendó este grupo norteamericano. Ahora, unos meses más tarde, y tras girar y girar en mi reproductor, soy yo quién quisiera recomendárselo a quién hasta aquí se haya acercado.

He de confesar que en un principio me sonaron comerciales, como si me dejaran la sensación de estar directamente orientados al éxito masivo, ese éxito que de vez en cuando le sonríe a una formación surgida de la independencia y que acaba en los brazos del consumo multinacional. La misma sensación que ahora hace veinte años me dejaron unos principiantes llamados River City People. Tanto entonces como ahora, a pesar de ese poso comercial, mi paladar me pide más y más. Pienso en Dusty Springfield, que ella también era comercial hace cuatro décadas y hoy es objeto de culto y respeto. Y me acuerdo de Dusty Springfield porque fue el primer nombre que relacioné, casi instintivamente, con Laura Burhenn, cantante y compositora de The Mynabirds.

De dónde surgió el nombre lo cuentan ellos mismos en su MySpace: “Siempre quisimos hacer un disco que sonara como Neil Young en la Motown. Así que tras descubrir a los Mynah Birds, grupo de Rhythm & Blues que contaba ni más ni menos que con Neil Young y Rick James en sus filas, adoptamos su nombre, encontramos a nuestros tocayos”.

Respecto a la creación del disco, Laura escribió las canciones de su nueva aventura (antes formaba parte del dúo Georgie James) mano a mano con Richard Swift (colaborador directo de Damien Jurado y responsable de uno de los mejores discos del año pasado), buscando la inspiración en noches de alcohol cuya banda sonora corría a cargo de Buffy Sainte-Marie y James Brown. No es de extrañar, pues, que “What We Lose In The Fire We Gain In The Flood” suene retro, suene gospel, folk, country, soul, y que nos recuerde a las mejores producciones de los años sesenta con mujeres como protagonistas tras el micro.
El disco rebosa clase, elegancia y naturalidad, y quizá por ello, porque no me puedo imaginar cómo estas canciones pudieran no alcanzar el éxito masivo, sea por lo que me deja ese regustillo “mainstream” al que hacía referencia.
Que nadie se lleve a engaño, me retracto de todas mis palabras si con ello cualquiera haya podido pensar que nos encontramos ante un producto prefabricado con el que las compañías periódicamente nos tratan de vender la última sensación (léase la nueva Amy Winehouse o la nueva Madeleine Peyroux). No, no se trata de eso. The Mynabirds suenan modernos y deliciosamente clásicos, tanto como pudieran hacerlo Moriarty o Emily Loizeau, tanto como Jenny Lewis o Fiona Apple, tanto como Laura Nyro o Emmylou Harris, ¿tanto como Neil Young en la Motown? Quizás lo hayan conseguido.

Hay un par de videos en la red, pero entre todas las canciones de su debut, yo me quedo con RIGHT PLACE:
I’ve lost your number
Have you lost mine?
I think about you time to time
I still wonder why
But I haven’t changed my mind
God knows I tried.
Hay discos en los que no debería figurar su fecha de edición, porque la música atemporal no puede conformarse con aparecer incluida en los resúmenes de lo mejor del 2010. Una obra que siempre sonará actual y pudiera haber sido publicada hace cuarenta años.

viernes, 10 de septiembre de 2010

The Small Ensemble. Las entrañas de Lloyd Cole

Ya hemos comentado por estos dominios que el próximo álbum de LLoyd Cole (hasta el día 28 no será publicado) es, si no el mejor, uno de los mejores trabajos del inglés otrora afincado en Escocia. No lo vamos a comparar con su debut, porque ese ya no le pertenece a él. En la Land le dan un buen repaso a esas diez canciones, que escondidas tras la puerta de una vieja habitación, deberían formar parte (las diez) de cualquier recopilación que se precie de buen gusto, de los años 80, de LLoyd Cole & The Commotions, del POP escocés, o de lo que les de la gana. Soy un exagerado, ¿verdad? Pues no se crean que esta vez nada de lo que diga o escriba puede reflejar como me brillan los ojos al acordarme del disco. Les remito al artículo de Joserra, el escribe mejor, tiene más conocimientos musicales y le pilló la década de los 80 con mucha más consciencia: MENINAS REVISITED.

Yo sólo quiero, desde mi rincón, darle la réplica. Siento la necesidad de seguir hablando de LLoyd Cole, de seguir escuchando sus canciones, de seguir descubriéndoles matices después de tanto tiempo, dejándome seducir por las nuevas, reconquistando y dejándome querer por las que siempre estuvieron a mi lado.
Su discografía es muy amplia, si nunca habías tenido la oportunidad, o quizá la curiosidad, su penúltimo trabajo puede ser la mejor introducción posible. Y es que “Broken Record” no es el único disco que publicará en este 2010 (sí con canciones nuevas) porque hay una joyita que se puede adquirir en su página web y brilla con tal intensidad que nadie se creería, sin conocerlas, que “Perfect Skin”, “Four flights up” o “Are you ready to be heartbroken” tienen más de veinticinco años. ¡Si se nos muestran relucientes en toda su desnudez! Quizá tan sólo es que soy un exagerado.
De cualquier forma, no he podido resistirme a gastar los 12 $ que cuesta una copia firmada, olerlo y escucharlo, y escucharlo, y escucharlo, aun cuando no gira dentro del reproductor.
Con el inicio del año, Cole se embarcó en una gira acústica con el único apoyo de Matt Cullen (guitarra y banjo) y Mark Schwaber (guitarra y mandolina). Se bautizaron como THE SMALL ENSEMBLE y el día antes de dar su primer concierto se encerraron en los estudios Slaughterhouse para registrar doce canciones, una pequeña delicatessen, sin trampa ni cartón (NO OVERDUBS reza en la etiqueta del CD).

El mismo LLoyd Cole nos cuenta en www.lloydcole.com la génesis del disco:
─”¿Es esto un álbum o no? No estoy seguro. Fue grabado con el fin de que The Small Ensemble tuvieramos algo que vender en nuestros conciertos del mes de enero; un souvenir, pero resultó mejor de lo que nunca imaginamos, y fans que no asistieron a dichos conciertos nos expresaron su interés en tener una copia entre sus manos. Bueno, aquí está. Todavía no estoy seguro de como denominarlo, de momento he inventado una nueva categoría en la tienda – White Labels – éste es el primero. No es un CD de demos o descartes, tampoco es mi nuevo álbum. Tal como resultó, y espero que podamos hacer más de este tipo”.

Guitarras entrelazadas, banjos, mandolín y su voz. Tejiendo el justo vestido de unas canciones despojadas del maquillaje y los complementos que un día lucieran espléndidas. Compuestas a lo largo de casi treinta años pero que parecen nacidas en la misma sesión, canciones de todas sus épocas, desde la imberbe belleza del “Rattlesnakes” hasta el inédito “Boken Record”, más desnudas si cabe, tal y como hubieran sonado sin la banda que ha grabado su flamante próxima entrega, tal y como es posible que suene LLoyd Cole a partir de ahora. La certeza de que tome la dirección que tome, seguirá siendo un placer.

No era su intención grabar un disco, pero les quedó tan bien que lo han publicado. Ridiculiza todos los unplugged que nos vendieron los de la MTV. Sólo se puede adquirir a través de su web y el gusto es infinitamente mayor cuando sabes que nunca se podrá encontrar entre los saldos de ningún centro comercial.
Escribe Elliott Murphy en las notas interiores de “April”: ―”Best not to plain a live album, just let it happen”.
Mejor no planearlo, seguimos sin estar preparados para que nos rompan el corazón.

Sólo para gustos exquisitos, como el de quien está leyendo estas líneas (¿o no?).

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Christine


Christine, still walking at me
Still talking at me
Christine, such a sense of loss
And the baby cried
Christine, Christine

And the whole world dragged us down
And the whole world turned aside

Christine, you're in deep, pristine
With a god-like glow
Christine, Christine,
Heart and the glory and me
Chaos and the big sea

Christine, still walking at me
Still talking at me
Christine, Christine, Christine

And the whole world dragged us down
Not a sonnet not a sound
And the whole world turned aside
The cruelest hand just turned an eye

Christine

No tengo intención de comenzar una serie de entradas dedicadas a canciones, ni tampoco a ponerme nostálgico rememorando los 80’s, tan de actualidad después de tres décadas, no sólo por los regresos de LLoyd Cole o Edwyn Collins, sino también porque discos como los publicados por The National o Arcade Fire nos remiten a aquellos maravillosos años.
No era mi intención acordarme (todavía) de The House of Love, aunque les tengo especial cariño y sus canciones me acompañan desde la primera escucha de Christine, precisamente Christine.
Ni siquiera era yo quien debería estar escribiendo estas líneas, pues no fue a mí a quien se presentó Christine, precisamente Christine. Un ángel procedente de Nantes cuyo destino se ha cruzado con el de un buen amigo, que tiene más de demonio, pero de los que te hace pensar que el infierno puede ser un lugar maravilloso.
Y me siento responsable, y escribo estas líneas, ya que este blog fue el motivo de conversación de quién sabe si el primero de muchos encuentros o, quizá, sólo un recuerdo que se desvanecerá tan pronto como su imagen deje de producir ese delicioso cosquilleo en el estómago que nos hace sentir vivos.
Vino para hacer un trabajo sobre Miquel Barceló, pero un ordenador compartido le hizo reparar en quien a su lado escuchaba a Patti Smith y le prestó sus cascos para disfrutar de Antony & The Johnsons. Su nombre: Christine, precisamente Christine.

No te conozco. Para mí siempre serás una canción.

Y el mundo entero nos arrastra
y el mundo entero nos da la espalda
Christine

Para mi buen amigo, a pesar de tu nombre, eres esta otra:

viernes, 3 de septiembre de 2010

The Temper Trap. Una razón más.

Hace casi un mes comentaba por estos caminos en los que nos cruzamos de vez en cuando mi deseo de ver a Arcade Fire en directo. Santiago, Madrid y Barcelona forman un triángulo en el que Santoña no dista menos de 500 Km de cualquiera de sus vértices. Casi cualquier razón pierde peso, y la tierra bajo mis pies me disuade de hacer una locura, como volar el domingo a Santiago para volver de noche e incorporarme el lunes de madrugada al trabajo. Además, se trata de un festival... pero, por una vez en la vida, las tres bandas protagonistas son tres buenas razones para hacerse fuerte entre las hordas juveniles que, a buen seguro, aprovecharán la gratuidad del asunto para quedar en el monte do Gozo y montar su fiesta particular, con la excusa pero al margen de la música.

Y sin embargo, no son hoy ARCADE FIRE el motivo de mis palabras (creo que en la actualidad son lo mejorcito que se puede ver en directos de estas dimensiones), y tampoco lo van a ser ECHO & THE BUNNYMEN (incorporados a última hora al cartel y objeto de devoción desde mis años adolescentes), esta vez los protagonistas son los terceros de la lista, THE TEMPER TRAP.

Descubro a The Temper Trap gracias a una película: “(500) días juntos” o “(500) days of summer” si prefieren no hacer caso de traducciones libres. Aunque guardaré el secreto, alguien me persuadió con dos razones: la música y su protagonista. Para quien no haya tenido el gusto, se la recomiendo (la película), y respecto a su protagonista, se trata de Zooey Deschanel (¿les suenan She & Him? También desde aquí se los recomiendo).
Me pierdo... estaba hablando de... ¡Ah! Pues escondida, o quizás no tanto, entre la cantidad de buena música que se oye a lo largo del film, suena una canción que me obliga a prestar atención a los créditos, cuando casi se encienden las luces del cine, todo el mundo se levanta y tú te quedas con cara de no tener a dónde ni con quien ir, rezando porque no corten antes de tiempo (lo que suele suceder a menudo) porque quieres saber quien interpretaba “Sweet disposition”.
Cuatro tipos raros residentes en Londres, tres australianos y un indonesio, su cantante, cuyo falsete es una de las señas de identidad del grupo, y posiblemente motivo de amores y odios por igual, como Bon Iver pasado de anfetaminas, Mike Jagger cantando “Emotional Rescue” o, recreándonos en los 80’s, ¿se imaginan a Jimmy Somerville producido por Danger Mouse? De hecho, la producción tiene un toque ochentero (sobre todo las guitarras) y no está muy lejos del reciente trabajo de Broken Bells. Les imagino incluidos dentro del saco del “indie”. Ellos, simplemente, facturan música sin pretensiones, con el único ánimo de disfrutar y hacer disfrutar al gran público (lo que han conseguido en el mundo anglosajón, no sé si antes o con motivo de la película de marras), aunque, además, puedan ponerse serios en temas como “Soldier On”, o acercarse al grupo que telonearán el próximo domingo (a Arcade Fire, me refiero) en otros como “Down River”.
Tal vez sea por la especial debilidad que siento por las bandas venidas de las antípodas, o quizás porque me pongo melancólico con todo lo que trae de vuelta la década de los ochenta (cosas de la edad), pero lo cierto es que The Temper Tramp, sin ser el prototipo de artistas que abundan en estas páginas, me han atrapado, lo hicieron en su momento, y con motivo de su visita han hecho que me vuelva a plantear el hacer una locura. ¿Nos vemos el domingo en Santiago?