Me ha ocurrido con más de una cita del Café de las Artes (Abraham Boba o R.G. Morrison), con el festival que nos trajo a The Jayhawks y me hizo soñar con volver a ver a Joe Henry, con Chuck Prophet haciendo de Joe Strummer interpretando el "London Calling", y hasta con Bruce Springsteen cuando se trajo el homenaje a Pete Seeger. Esta vez, posiblemente mientras escribo, Slim Cessna’s Auto Club cerrarán el TurboRock. Me consuelo pensando en lo poco que me gustan los festivales y lo mucho que quiero a quienes duermen en la habitación de al lado, me quedo con las ganas pero no me importa. Me sirve de excusa para hablar de los americanos mientras los auriculares me permiten disfrutar de su último álbum.
Proceden del lugar donde el color del río que lo bautiza, la tierra y lo erosionado del árido paisaje lo convirtieron en el decorado que siempre asociaremos a las películas del oeste. “Western” es precisamente la etiqueta que a Slim le gusta utilizar para definir su música, acompañada del adjetivo “americana” pero renegando de otras mucho más recurrentes cuando se habla de casi todas las bandas nacidas y criadas en los últimos tiempos en Denver (sí, lo han adivinado, en el estado de Colorado).
Sólo pretendían hacer un disco de pop. Han hecho el mejor álbum de su carrera, una carrera de larga distancia cuyo pistoletazo de salida se remonta a 1993 cuando la disolución de The Denver Gentlemen derivó en dos bandas sin las cuales no se entendería la historia musical de los últimos veinte años en la ciudad: 16 Horsepower y Slim Cessna’s Auto Club.
16 Horsepower no fueron los primeros, pero sí los que trascendieron más allá de una comunidad que leía la Biblia y mezclaba elementos del folk, del country, del blues, del punk y de los góticos de principios de los ochenta, creando un estilo inmediatamente reconocible. La participación de Devotchka en la B.S.O. de “Little Miss Sunshine”, aunque muchos no se hayan enterado todavía, supuso el arreón definitivo para que el mundo fijara la vista en aquel lugar de un oeste ya no tan lejano. Y, justo ahí, respirando el mismo polvo, alimentados de las mismas influencias, es donde están situados Slim Cessna’s Auto Club: entre 16 Horsepower y Devotchka, entre el gótico sureño y el folk europeo, entre banjos, vientos y violines, donde los predicados de la Biblia se mezclan con las danzas de los Chamanes.
Canciones que pudieran ser entonadas un buen día de borrachera, actitud punk, melodías pop, coros gospel, instrumentos tradicionales y pinceladas de clase con las que parecen decirnos que, si se lo propusieran, además de almas (“Hallelujah anyway”), conquistarían corazones (“Three bloodhounds, two shepherds, one fila Brasileiro”) y cuerpos (“A smashing indictment of character”) necesitados de que les guíen por el buen camino.
Pasaron por nuestro país hace unos meses pero viajábamos en direcciones opuestas. Me dan una segunda oportunidad y, de nuevo, nos separan 50 km. y dos obligaciones que me impiden recorrerlos. Ahora, escuchando su último trabajo, resulta doblemente frustrante no haber podido presenciar como se las gasta sobre un escenario quien afirma que —"Tratamos de tocar cada concierto como si fuese el último, no dejamos nada para el mañana. Hemos tocado más de mil conciertos y hemos tenido algunos con cinco o seis personas de público, me han encantado todos". El hijo de un predicador baptista que siente la música con una espiritualidad y una intensidad que frases como —"La música es mi religión y tocar en directo es como mi iglesia. Supongo que eso me convierte en un predicador de la palabra de Dios" no dejan lugar a dudas.
P.D. Las palabras de Slim Cessna han sido tomadas prestadas de una entrevista publicada por el Sofá Sonoro.
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