
La noche era fría, muy fría, y yo estaba un poco perdido por las calles del casco viejo de San Sebastián haciendo tiempo hasta media hora después de la medianoche, la hora que señalaba mi entrada para el concierto de Lloyd Cole & His Small Ensemble. Perdido y nervioso, para estas cosas todavía me sigo comportando como si fuera mi primera vez, y en cierta forma lo era: a Lloyd Cole lo descubrí con dieciséis años y nunca tuve la oportunidad de verlo cara a cara. Como ocurriera con Antony & The Johnsons en el mismo festival, también de madrugada, a una hora poco habitual para propuestas tan reposadas, y también por primera vez, el hormigueo de mi estómago (espero que nunca desaparezca) me hacía sentir raramente especial. En aquella ocasión, lo de Antony fue memorable, en esta... la noche era muy fría, demasiado fría para ser 22 de julio.
La expectación era tal que hacía tiempo que las entradas estaban agotadas y casi una hora antes, desde mi último cobijo, un bar cercano, ya se podía apreciar una larga cola para acceder al remodelado museo de San Telmo. Sí, han leído bien, las entradas estaban agotadas, la expectación era alta (incluso la TV estaba haciendo entrevistas) y el concierto tendría lugar en un remodelado y recién inaugurado museo que hasta el siglo pasado fue un convento de frailes dominicos. Los dominicos siempre fueron un poco vividores, así que no creo que les pareciera mal la idea de celebrar tres actuaciones simultáneas en diferentes localizaciones del edificio, con un cuarto de hora de desfase entre el comienzo de una y otra, pudiendo el público moverse entre ellas a su antojo (algo que desconocía antes de leer el periódico de la mañana pero que no tenía ninguna intención de hacer). Las noches de San Telmo se bautizaría el experimento como novedad en el jazzaldia 2011, eso sí, para el escocés se había reservado el claustro, el mayor de los aforos.
De un solo trago me tuve que beber el vino, compañero casi imprescindible para sentir ese saborcillo en el paladar antes de los conciertos, y que facilita a las tripas, libres del deber de la digestión, la capacidad de sentir allá donde no llegan los oídos. Iba a ver a Lloyd Cole, el creador de "Rattlesnakes" (¿el mejor álbum de pop de todos los tiempos?), veinticuatro años después de quitarle la funda a "Mainstream", después de escuchar “My bag” y esa portada en blanco y negro a la que daba mil vueltas sin estar seguro de cual de las fotos era la del líder de los Commotions.
La periodista de la ETB me preguntó por el museo y no supe qué responder, era mi primera vez también en el museo y no tenía ni idea de qué me iba a encontrar dentro pero sí con quien, y a Lloyd Cole le hubiera ido a ver aun tocando el W.C. del bar del que acababa de salir.
― “¿Lloyd Cole?, hacia la izquierda”.
El claustro, precioso, casi quinientas sillas frente un pequeño escenario donde se podían apreciar cuatro guitarras, banjo y mandolina. El lugar era... perfecto, pero... hacía frío y me temo que no todos los asistentes, ni siquiera los más madrugadores, tenían muy claro quien es Lloyd Cole. ―“Thank you for coming”, gritaba uno de los que sí lo sabía, ―“Thank you for invite us”, replicaba un serio Cole que no terminaba de entender qué hacía en un festival de jazz, ni él ni una pequeña parte de ese público que se había dejado embaucar por las noches de San Telmo y se encontraba con una estrella del pop de finales de los ochenta, presentando su nuevo trabajo, el maravilloso "Broken Record", y viajando a través de los años y de sus discos con versiones acústicas, casi desnudas, de canciones que a quien esto escribe le acompañaron en momentos que marcan una vida, “una vida que parece interminable cuando eres joven”.
Mirando al cielo, “No blue skies”, primer escalofrío, y sucesión de clásicos y recuerdos de todas las épocas: “Why I love country music”, “Don’t look back”, “Perfect Skin”, “2 CV”, “Margo's waltz”...; emociones más que canciones, sentidas por fin frente a su autor, reconocidas y celebradas, especialmente por quienes dejamos atrás la tercera década de nuestras vidas: “Forest fire”, “Are you ready to be heartbroken”, “Rattlesnakes”...; y perlas escogidas de su última entrega: “Like a broken record”, “Writers retreat”..., las que mejor encajan en el formato de trío en el que se presentaron como The Small Ensemble y de las que un maduro Cole se siente especialmente orgulloso (―“...es posible que alguna de las canciones no las hayáis reconocido, pero sí disfrutado, al menos eso espero, están incluidas en nuestro último álbum: "Broken Record"). Nos confesó cómo le hacen sentir algunas canciones ajenas cuando al escucharlas parece que hubieran sido escritas para él, la aspiración de todo compositor... y eso es exactamente lo que yo siento con un buen puñado de las suyas: creerme que hubieran sido escritas para o por mí, me ocurría en 1987 y me ocurre ahora repasando los versos de “Like a broken record”. Me tenía ganado de antemano y, sin embargo, algo no terminó de funcionar.
Parte del público decidió levantar el culo (curiosamente algunos de las primeras filas) para ver qué se cocía en los otros escenarios y eso sienta muy mal a quien se desnuda frente a ti. Otros lo hicieron en busca de comida y bebida, había un puesto de perritos y cerveza (la puta historia de siempre), justo en un lateral, donde se reunían a contar sus penas aquellos que no sabían qué se les había perdido en San Telmo, acaso ellos mismos tratándose de encontrar con la música de fondo. La extrema delicadeza de unas canciones arregladas para ser disfrutadas en la soledad requieren concentración, pasión y entrega por ambas partes. Escucho "Small Ensemble" (el maravilloso acústico autografiado) y sigo sin entender qué fue lo que falló, sus éxitos de siempre funcionan perfectamente despojados de su vestido original, pero también me doy cuenta de que en un teatro y fuera de la vorágine del festival hubiera sido muy diferente.
Se disculpó Cole por no tener quién les afinase las guitarras entre canción y canción, mientras, una borracha entonaba una melodía, ― Absolutely, fue la primera reacción del escocés, ― Cállate, hija de puta, parecía decir su mirada la tercera vez que la chica nos premió con su beoda cancioncilla. Algo no terminó de funcionar, quizá un montón de cosas, les aseguro que de haber sido Van Morrison la actuación no hubiera pasado de los diez minutos, pero... tras hora y veinte sobre el escenario los tres músicos se retiraron y el público apenas insistió para el bis. No hubo bis. Hacía frío cuando la mayor de las agujas del reloj amenazaba con las dos de la madrugada.
Esas canciones que me hacían levitar con sólo tararearlas no terminaron de levantar mis pies de la tierra. Quizá simplemente sea que ya no estoy preparado para que me rompan el corazón.
Hacía frío la noche del 22 de julio, demasiado frío.