Sólo necesitaba una excusa, sólo una, y la noticia de que el canadiense lanzará un nuevo álbum el próximo año y el adelanto de tres de sus canciones, han rescatado de mi memoria el concierto que nos regaló el pasado verano en el BEC (que por mucho que les duela a los de Bilbao, está construido sobre el suelo de Barakaldo).
– “Los 90 euros mejor invertidos de mi vida”, solía responder a todo el que me preguntaba qué tal el concierto de Leonard Cohen. Claro que una cosa es responder eso cuando apenas han pasado unas horas y la emoción todavía se adueña de tu ser, y otra bien distinta es seguir pensándolo casi un año después. Ahora la perspectiva me hace ver las cosas de otra manera, ahora mi respuesta sería: – “...el mejor concierto de mi vida”. Hago memoria y son muchos con los que competir, un buen puñado de momentos memorables, de los que justifican que todavía me ponga nervioso cuando tengo la oportunidad de ver en vivo a alguno de mis admirados artistas, pero el poso que me dejó Cohen aquel jueves de septiembre se me antoja irrepetible e imposible de describir.
El acceso al recinto fue un poco caótico, parece que todos nos pusimos de acuerdo para entrar justo media hora antes de la cita. El hecho de tener asiento reservado tiene estas cosas, no hay prisa por pillar un buen sitio, y el cuerpo me pedía beber un buen vino antes de acceder al, desde entonces, sacro lugar.
Fila 1, asiento 16. Justo enfrente de Javier Mas (guitarra, bandurria y laúd). Desde la primera fila las cosas se ven de otra manera, se sienten de otra manera, soy consciente de que “Dance me to the end of love” es interpretada mientras muchos de los asistentes todavía están buscando su lugar en el falso teatro del BEC, pero el murmullo a mis espaldas me es ajeno, casi imperceptible, entre Leonard Cohen y yo no hay nadie, apenas unos metros y los fotógrafos dispuestos para sacar una instantánea mientras les esté permitido, el sonido es perfecto y su voz, más grave que nunca, me penetra las entrañas. Gestos que deberían serme familiares: su forma de cantar, su torpeza al bailar, la amabilidad como parte inherente de su ser, arrodillarse en señal de admiración hacia sus músicos y, muchas veces, de gratitud hacia el público (hacia mí, pues nada se interponía entre nosotros), eran registrados por vez primera en mi retina. Olvidémonos de los DVDs, del YouTube y la televisión, éste era mi bautismo, mi confirmación, y también mi matrimonio con el canadiense.
Mentiría si dijese que un sueño se había hecho realidad, porque nunca había soñado con ver a Leonard Cohen, era algo que se escapaba a los límites de lo posible, que nunca había considerado, con lo que ni siquiera había fantaseado. ¡Bendita tú seas Kelley Lynch! Escapaste con su dinero y nos devolviste al maestro. Tu pecado fue mortal pero la gratitud de tantas voces tiene que ser redentora.
El setlist fue casi clavado al "Live in London", canciones que me han acompañado a lo largo de mi (quiero pensar) todavía corta vida, canciones que me emocionaban incluso antes de saber cómo se llamaba el señor que las cantaba, arregladas para la ocasión con la ayuda de una banda de virtuosos que además se lo pasan bien encima del escenario (algo no muy común a esos niveles), donde Javier Mas, precisamente un aragonés en la corte del rey de Montreal, tiñe los temas de colores mediterráneos y cuya introducción del “Who by fire”, a pesar de haberla escuchado mil veces en el citado directo de Londres, hizo crónico mi escalofrío. Se conocen y se admiran, presenta a sus músicos y coristas una y otra vez y les adorna con adjetivos como virtuoso, sublime, impecable, se arrodilla ante ellos en un gesto de humildad y sincera devoción, se queda embobado admirando los solos instrumentales y las partes cantadas de ellas, la admiración de quién deja sus canciones en las mejores manos.
La primera parte del concierto a mí me hubiera bastado. Se ajustó al guión establecido e interpretaron una docena de mis canciones favoritas de todos los tiempos: “Everybody knows”, “The future”, “Bird on a wire”, “Ain’t no cure for love”, “Anthem”, “Hey, that’s no way to say goodbye”... y una sorpresa: “Lover lover lover”, que no es una canción, sino un sentimiento. Sólo por esa hora y media ya hubiese valido la pena pagar la entrada. Como que no era consciente de lo que estaba por llegar.
El descanso apenas logró mitigar el escalofrío que me acompañaba casi desde un principio, cuando de vuelta al escenario “Tower of Song” con Cohen a las teclas, pone en alerta hasta la más remota de mis terminaciones nerviosas, y como con intención de rematarme, consciente de mi rendición: “Suzanne” y “Sisters of Mercy” , no hay nadie en el mundo de los vivos, ni en el de los muertos, con un cancionero que reúna tal cantidad de obras de arte (sólo Dylan estaría a su nivel, aunque ganaría por cantidad), tal sucesión no ya sólo de éxitos, sino de momentos de nuestras vidas que siempre asociaremos a ellas. Soy el tipo más feliz del mundo. “The Partisan” fue la segunda sorpresa de la noche, enorme y marcial; “Hallelujah” se convirtió en una oración colectiva y “I’m Your Man” la definitiva comunión con el público. “Take this Waltz” nos pone en pie, tengo la sensación de haber sido abandonado por mi cuerpo, se ha ido lejos, bailando ese vals imaginario de versos prestados por Federico García Lorca que, definitivamente, ha roto las cadenas que nos ataban a las sillas del improvisado patio de butacas. Ya nadie se volvió a sentar, la ovación, posiblemente una de las más sinceras que yo recuerde, nos ayuda a descargar la emoción, hubiera echado a correr, hubiera roto a gritar, pero me limité a aplaudir.
No conté cuantas veces entró y salió del escenario, si hubo tres o cuatro bises, o más, pero sí recuerdo estar escuchando “So long Marianne” y desear que nunca se acabara; que por un momento pensé que “First we take Manhattan” sería el final, y me veo poco después escuchando los primeros versos de “Famous blue raincoat” y ser incapaz de contener las lagrimas. Creo que a partir de aquí perdí un poco la noción del tiempo y del lugar, hasta que todos juntos, abrazados, incluídos roadies y técnicos, cantaron a coro “Whither Thou Goest”.
– “Gracias amigos por cantar conmigo, hemos pasado un rato maravilloso”, fueron las palabras de despedida de un Leonard Cohen realmente agradecido, sombrero en mano cubriéndose el corazón.
Tras tres horas y media, el jueves se había convertido en viernes y yo era incapaz de moverme, incapaz de hablar. Caí en la cuenta de que estaba allí, de verdad, como si hubiera recuperado el cuerpo que me había abandonado tiempo atrás. Estaba dispuesto a apurar hasta el último sorbo de lo que acababa de vivir y me resistía a abandonar mi asiento, mirando embobado el escenario, intentando en vano prolongar lo sentido. Todavía con la carne de gallina, ante la petición de los operarios encargados de recoger las sillas (sillas de plástico atadas con bridas), me dirigí a la salida, colas de cientos de personas esperaban su turno para pagar el ticket del parking, yo había tenido suerte: aparqué justo frente al bar que a escasos metros me sirvió el vino que fue toda mi cena antes de entrar.
El camino de vuelta, poco menos de una hora de autovía y recuerdos, fue insuficiente para recuperar la sensación de hambre, me saciaba el haber vivido algo único. Un concierto que la mayoría de los presentes recordaremos y contaremos. Estuvimos en frente de un pedazo de historia de la literatura y de la música. Un superviviente del Chelsea Hotel, cuyas andanzas se cruzaron con las de Bob Dylan, Patti Smith, Joni Mitchell, Janis Joplin o Jimmi Hendrix. Le escuchamos recitar, cantar más gravemente que nunca; lo dio todo (al día siguiente se desmayó en Valencia) arropado por una banda grande, muy grande; y nos regaló más de tres horas, de clásicos, de retazos de su vida y de momentos de las nuestras. Y salió y entró corriendo del escenario no recuerdo cuantas veces, porque se sentía a gusto y nos hizo sentirnos a todos igual y hasta nos hizo pensar que la noche, la madrugada, no tendría final. Posiblemente cada uno de los 6000 presentes echamos en falta una canción, la noche podría haber sido perfecta con “Chelsea Hotel #2”, pero odio la perfección, mejor así, sigue siendo mi favorita y sé que la guardó para una próxima ocasión.
Si algún día tengo nietos a quien contar esta historia espero que siga vigente blogger.com (para que puedan leer lo aquí escrito), porque de no ser así me veo con 60 años contando: – “Un buen día de septiembre el abuelo se fue al cielo para luego volver......”
No sé qué añadir ni qué decir Coco. Me pasa como con Dylan: tengo los galones de ver a Bob y a Len en los primeros ochenta pero como dice la canción "i´m younger than that now" y los disfruto mucho más ahora.
ResponderEliminarComo los buenos vinos, que tanto te gustan, envejecen de maravilla y se disfrutan cada vez con más intensidad.
Mira, el concierto del BEC para mi es la demostración del poderío compositivo más grande que he visto en mi vida y con humildad, sin chuleria: 1,2,3,4,5...16..20..iban cayendo diamantes como lunas...
Sin lugar a dudas uno de los 5 conciertos de mi vida.Dylan en Paris, Lambchop presentando en el Principal de Donosti Is a woman, Neil Young y los Crazy en Bilbao, Nacha Pop presentando Buena Disposición en el Parque de Atracciones de Bilbao,The Kinks en Donosti, el de Randy de este año...
La pega, que estuve demasiado atrás...de hecho pasé de todo y con el vals me fui hacia adelante, de pie, no podía estar lejos de algo semejante...Mi momento del concierto: The Partisan"...no se qué tuvo pero fue la magia de concentrar en un tema la Historia de la Civilización ...un salmo en toda regla...bueno todas sus canciones son salmos.
The King of Montreal y como tu dices, el único que puede compartir camerino con Bob, EL ÚNICO.
Esperaba que lo contaras y te felicito por ello.
En mis 52 tacos (hasta la semana que viene no cumplo 53) he tenido también la oportunidad de ver (vivir) "algunos" buenos conciertos, pero el del sr. Cohen fué especialmente inolvidable.Tu entrada, como las del amigo Joserra, de cátedra.Esperamos buenas noticias sobre el concierto de Dylan. Gracias por pasarte por ninguna parte.
ResponderEliminarComo vivo en esta entrada...tengo que poner otro comentario...que nos quede clara una cosa como Dylan y Cohen , "nadie de nadie"
ResponderEliminarLover , lover, lover qué maravilla pero qué me dices si hace otra hora con One of us can not be wrong /Came so far for beauty/The Faith/I can´t forget/That not make it junk/Love calls you by your name y remata con el Chelsea...
Si es que el cabrón tiene un cancionero...
Dylan y Cohen: Dios es dual.
yo lo vi en Barcelona, en septiembre del año pasado. Creo que no fue el mejor lugar para verlo. Había esperado mucho tiempo para hacerlo y el Palau era demasiado grande o mi asiento estaba demasiado lejos. Aun así, su embrujo llegó a puerto...
ResponderEliminarohhh no puedo pasar por alto esta magnifica entrada!!qué genial tener algo así para contar a tus nietos.....espero tener relatos asi tambien!!y por qué no? que nos duren estos rincones donde plasmamos nuestros pensamientos melómanos y a veces no tan melómanos!!
ResponderEliminarSaludos!