La historia es más o menos conocida por todos. Un mecenas holandés se enamora (del talento musical) de Rick Davies, éste pone un anuncio al que responde un inglés de nombre Roger Hodgson y juntos fundan Supertramp. Estamos en 1970. Tras dos discos de los que hoy en día casi nadie se acuerda, en 1974, y ya con la formación definitiva, “
” supone el inicio de una era de días de vino y rosas que termina cuando Roger decide amistosamente abandonar la banda en 1983. A partir de entonces...
Este extracto de una reciente entrevista concedida por Roger Hodgson a El Pais es exactamente la conclusión que extraje del concierto de Supertramp el pasado 17 de septiembre: Rick debería utilizar sólo sus canciones (que son maravillosas) y, además, no le gustan las de Hodgson, pero no las deja de tocar porque sabe que de ser así, en lugar de 7.000 personas, hubieran pagado su entrada la mitad. Todo sea por la pasta, incluido el USB que te venden a la salida con lo que se supone debería haber sido una actuación memorable (y a buen seguro que lo fue para muchos de los presentes).
Soy fan de Supertramp desde los 14 años. He de reconocer que en los últimos tiempos sus canciones han perdido protagonismo en mi vida, uno ha crecido y sus gustos evolucionado, sin embargo siempre serán portadoras de momentos y emociones que hacen que no pueda acercarme a ellas de forma objetiva. Como consecuencia de esa misma evolución, el mierdecilla que rebobinaba una y otra vez una vieja cinta para escuchar
“Dreamer” y repetir hasta la saciedad
“Breakfast in America”, le fue cogiendo gusto a las composiciones de Rick Davies y los temas menos inmediatos de “
Crime of The Century”, “
Crisis? What Crisis?” o “
Even in The Quietest Moments”, terminaron ganando la partida. Por eso no me dio miedo acercarme hasta Barakaldo, aunque no estuviera presente parte de la formación original, aunque dejaran de lado los
“hits” de Roger Hodgson.
Se trataba de celebrar el 40 aniversario del nacimiento de la banda que me infectó con el virus de la locura musical, precisamente a mí, que tengo su misma edad (que la banda, no que sus componentes). Fueron poco más de dos horas que deberían haber bastado para saldar cuentas pendientes desde hace 25 años, pero que me dejaron un sabor agridulce, en realidad, la crónica de una muerte anunciada.
El público fue el más variopinto que servidor haya visto nunca: desde niños de unos doce años, empujados supongo por el fanatismo de sus padres, hasta compañeros de generación del grupo, cuyos miembros originales superan sobradamente las seis décadas, eso sí, predominando la clase social media alta, discretamente encantadora a los ojos del genio de Buñuel, y que creo no equivocarme al pensar que lo mismo se ven a Bruce Springsteen que a Bisbal. Media hora antes del comienzo no había en el recinto más de 200 personas. Primero había que recoger a los niños de las actividades extraescolares, maquearse y tomarse una copa presumiendo ante los amigos de ir a ver a los Supertramp. No se explica de otra manera que luego el pabellón estuviera prácticamente lleno cuando un par de horas antes éramos cuatro (¡Sí cuatro!) los que esperábamos con la certeza de coger sitio al pie del escenario. Supongo que los verdaderos fans habían pagado la entrada Gold, con derecho a barra libre, total 200 € tampoco son tanto dinero por unos canapés y la foto que demuestre que estuviste allí.
Tengo la costumbre de acudir a los conciertos sin escuchar nada de sus protagonistas durante las semanas previas e intentar no leer ninguna crónica de actuaciones recientes, no sé, supongo que con el objeto, casi subconsciente, de que cualquier detalle me pille por sorpresa y poder disfrutarlo con la intensidad de quien lo hace por primera vez. Así, aunque lo sospechaba, no tenía la certeza de que Rick Davies se saltara el pacto entre caballeros (algo que deseaba antes pero no sigo pensando después), que hubiera nueve músicos encima del escenario (aunque si hubieran sido cinco no se habría notado) y que para la interpretación de
“Another man’s woman” se montara el numerito de la sombrilla y un tipo en bañador y con periódico en mano (que creo era un fan) simulara la portada de “
Crisis? What crisis?”.
Desde el primer tema,
“You started laughing”, quedan patentes dos cosas: que Rick Davies, a sus 66 añitos, tiene mejor voz que a los treinta y que él es el grupo, Supertramp es su proyecto, se deja el alma en cada una de sus composiciones (sólo en las suyas) tocando el piano con rabia, con fuerza, con talento. Como si nada hubiera cambiado en tanto tiempo, desde luego su aspecto físico es el mismo que el de las viejas fotos de los tiempos de gloria.
El
“setlist” no sorprendió a nadie (mas que a mí), repitieron canción a canción (y hasta los chistes de Helliwell) de los conciertos de La Coruña y Madrid. Está perfectamente estructurado: los éxitos de Hodgson se intercalan entre los temas favoritos de Rick, mucho más profundos y también mucho más cuidados a la hora de ser interpretados. Era más que evidente como, cuando de animar a la masa verbenera se trataba, atacaban las canciones conocidas por todos y Rick Davies se desentendía del piano (salvo en
“School”), se perdía entre las percusiones y dejaba el protagonismo a Jesse Siebenberg o Gabe Dixon. Jesse, hijo del batería Bob Siebenberg, canta muy bien, ha girado con el grupo desde que era un bebé (literalmente) y también ha formado parte de la banda de directo de Roger Hodgson por lo que siente sus canciones casi como propias; suyas fueron las versiones de
“The logical song”,
“Breakfast in America”,
“Give a little bit” o
“School”; pero Gabe, con una voz mucho más limitada, destrozó
“It’s raining again”,
“Take the long way home” y
“Dreamer”, me temo que con la complicidad de Rick Davies, que miraba para otra parte diciendo para sus adentros
―“¿queréis canciones de Roger? Tomad y disfrutadlas”. A mi lado, la gente enfervorizada coreaba los estribillos y yo tenía ganas de gritar:
―“¡El rey está desnudo! ¡No os dais cuenta!” Hubo momentos en que me sentí fuera de lugar, pero estaba en primera fila y no había escapatoria posible. John Anthony Helliwell y Lee Thornburg no eran conscientes de que tenían delante a quien ha crecido con unas canciones que ellos parecían utilizar como fondo sonoro de una animación de hotel, con palmaditas y bailes tontos intentaron (y a veces lo consiguieron) estropear un cancionero con un enorme valor sentimental para una... pequeña parte de los presentes, los otros fliparon y rieron las gracias. No obstante, hubo grandes momentos. No me arrepiento en absoluto de haber pagado la entrada ni de ser de los más madrugadores en presentarme a las puertas del BEC, aunque sólo fuera por
“Rudy”, que me puso la carne de gallina; aunque sólo fuera por
“Poor boy”,
“Downstream”,
“Ain’t nobody but me” o
“From now on”, en alguno de cuyos pasajes volví a sentirme adolescente; a pesar de los arreglos del absurdo comienzo de
“Dreamer”, de la larga (demasiado) versión de
“Another man’s woman”, que convirtió un sólo de piano en una exhibición interminable, de la desalmada interpretación de
“School” y de que todos echáramos en falta no sólo la voz, sino también el espíritu de Roger Hodgson en las canciones que le pertenecen (el guitarrista Carl Verheyen es técnicamente perfecto, pero...tan pulcro, tan arregladito, que se echa de menos que se equivoque en media docena de notas pero mostrando que dentro le late un corazón).
Mereció la pena, porque no se crean... cualquiera no es capaz de ponerme la carne de gallina. Con
“Crime of the Century” me quedé petrificado, esa canción siempre tuvo el poder de paralizarme, sabía que era la última, sabía que ésta sería la última vez.
A mí todo eso me da igual, pero mucha gente asistió con la convicción de encontrarse con unos decorados y un montaje de video impresionantes, sin embargo, las luces fueron pobres, las proyecciones casi inexistentes, salvo un par de imágenes en alguno de los temas, el video mil veces visto de
“Rudy” y el final de
“Crime of the Century”, para el que no se molestaron ni en quitar la escena de los dos abuelos que protagonizaban la portada de su álbum de 1997, “
Some things never change”. Aquí no tenía sentido porque ninguna de sus canciones fue interpretada, ninguna canción posterior a 1983, salvo
“Cannonball”.
Y respecto a quienes estaban sobre las tablas: El escenario era demasiado grande incluso para nueve personas, desangelado, la parte derecha estaba casi vacía, la izquierda la llenaban el piano y la voz de Rick, pero es que alguno de los nueve estaba de más. No sé por qué hay una corista si a penas se escucha su voz, el teclista Gabe Dixon también pasa bastante desapercibido y mucho peor es cuando se pone tras el micro en las canciones de Roger, Lee Thornburg tiene su momento de gloria en la trompeta de
“Poor boy”, luego está más pendiente de secundar a Helliwell, añadiendo algún viento e inventando la coreografía de la última excursión del imserso. No siempre más es mejor.
Supongo que cumpliendo con la regla, no escrita, de no hablar mal de nadie, no debería haber publicado esta crónica. ¿Por qué lo hago? Porque como Rick Davies, yo también me salto las normas de vez en cuando. Porque estoy harto de leer tonterías escritas de antemano, de ciegos forofos o de periodistas redichos con los tópicos de siempre: que si los mejores temas fueron los del “ausente”, que si Rick Davies es un segundón o que si todo el mundo salió encantado del mejor concierto visto jamás. Incluso los hay que todavía no se han enterado de que Mark Hart ya no está con la banda.
Lo dicho: los mejores temas no fueron los de Hodgson, sí los más coreados por ser los más conocidos, pero jugaban con mucha desventaja; Rick Davies es un número uno, pero con muy mala leche y un ego como una catedral; y los que fuimos a algo más que dar palmas y bailar los pajaritos no salimos encantados.
¡Ah! Y a la salida memorias USB con la mitad del concierto grabado, el resto disponible en descarga desde la web (previa introducción del código correspondiente). Les juro que antes de que todo comenzara, tenía pensado gastarme los 25 € que costaba el invento. Luego la publicidad de Helliwell (en uno de esos descansos que en las series de TV utilizan para los minutos promocionales) y el discurrir de la noche me disuadieron de ello. Prefiero que el recuerdo se desfigure, que mi mente me engañe y, finalmente, quedarme con los buenos momentos (los hubo muy buenos).
Cuentas saldadas, sólo en parte. Emocionante y sonrojante por igual.
EL GRUPO:
Rick Davies – voz, pianos, harmónica y percusiones
John Anthony Helliwell – Saxofones y clarinete
Bob Siebenberg - batería
Carl Verheyen - guitarras
Cliff Hugo - bajo
Jesse Siebenberg – guitarras, percusiones, piano y voz
Lee Thornburg – trompeta, piano y coros
Cassie Miller Thornburg - coros
Gabe Dixon – teclados, coros y vozLo más parecido a un grandes éxitos 1973-1983, es decir cuarenta años de carrera que podrían haber sido diez, o la confesión por parte de Rick Davies de que desde que se echó el grupo a sus espaldas nada ha sido lo mismo.