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Enseguida encontré mi asiento: fila 10, nº 14. La sala de cámara del Kursaal es perfecta para este tipo de actuaciones, por la acústica y por la cercanía del público, en el pequeño de los cubos del edificio se logra casi el ambiente propio de los teatros. No era mi primera vez, Nick Lowe, también en noviembre, me lo descubrió, seguro que muchos de los presentes, cuya media superaba los cuarenta sin dificultad, estuvimos tres años atrás en el mismo lugar. Las entradas están agotadas, pero como ocurre siempre que las localidades son numeradas, hasta la última llamada (esos timbrazos que anuncian el comienzo) no se aprecia el lleno absoluto.
Apenas faltan diez minutos para las ocho de la tarde y la música que nos saluda es la de otro canadiense, la del mejor disco del año, Bon Iver. Los conciertos especiales, en ocasiones, están rodeados de circunstancias especiales. Dos horas antes había emprendido viaje a San Sebastián, en dirección a levante, la luna me pareció guiar durante todo el camino, emergiendo del mar, grande y rojiza primero, mucho más alta, pequeña, llena y blanca, luminosa, me daba la bienvenida cuando aparqué mi coche a escasos cincuenta metros del Kursaal, ¿otra señal?, la suerte también estaba de mi parte. Un buen vino era todo lo que mis tripas necesitaban para la ocasión y una llamada telefónica todo lo que estaba en mi mano para compartir un momento especial, hacía veintitrés años que nos tropezamos por casualidad pero nunca antes nos habíamos mirado cara a cara. Desconozco la edad de Margo, nunca me molesté en averiguarlo, el tiempo se ha detenido en ella, en su aspecto, en su voz, y en sus canciones.
Como si fuera el más amenazante de los instrumentos, una mampara de cristal protege a la cantante de la batería de su hermano Peter, un ramo de rosas rojas en el centro del escenario señala, sin duda, el lugar que ocupará ella. Michael tocará sentado las más de diez guitarras acústicas y eléctricas que permanecen alineadas y recién afinadas esperando su turno. Se apagan las luces. En la foto son siempre cuatro los miembros de la banda, los tres hermanos más el bajo de Alan Anton, pero el sonido de Cowboy Junkies le debe tanto a Jeff Bird como a ellos mismos, son más de veinte años juntos grabando discos y recorriendo mil carreteras, su harmónica es la de "The Trinity Session", su mandolina también, en directo te preguntas cómo lo hace, esa mandolina eléctrica suena a mil cosas, como guitarra solista, como slide, distorsionada y, a veces, incluso como una mandolina de verdad.
“Sing in my meadow” es la carta de presentación del quinteto, un blues que les sale de las entrañas, la canción que da título a su última entrega discográfica y su manera de decirnos que se sienten vivos, no van a hacer concesiones, tienen nuevo disco bajo el brazo y nos lo quieren presentar. Cuentan en las entrevistas que tras quedarse sin contrato discográfico (una banda de su calidad en activo desde 1985), en lugar de emprender cien aventuras paralelas decidieron plasmar todas sus inquietudes en cuatro álbumes que publicarían en 18 meses: el primero, "Remin Park", fruto de la experiencia de Michael en China a donde acudió para adoptar a sus dos hijas; el segundo, "Demons", como homenaje a su amigo Vic Chesnutt (nos confesaría Margo que era su favorito de la serie); el tercero, "Sing in my meadow", el más eléctrico e intenso de su carrera; y un cuarto aún por publicar. La serie completa, denominada "The Nomad Series", fue la protagonista de los seis o siete primeros temas del concierto. Hubiera sido más fácil conquistar a la audiencia (que todo hay que decirlo, ya estábamos entregados de antemano), tocando sus álbumes más populares. “...No os preocupeis...”, nos tranquilizo una muy comunicativa Margo Timmins, “...luego tocaremos Sweet Jane”, y lo hicieron, lo prometieron y lo hicieron en el modo en que Lou Reed hizo mutar la canción con la intro del "Rock 'n Roll Animal". En directo son varios los momentos en que se transforman en una jam band cargados de blues y electricidad, fueron sólo momentos, el folk, el country y el rock más melancólico y reposado son el terreno en el que se muestran tal y como son en realidad, sobre todo cuando se desnudan, guitarra, harmónica y voz, para interpretar “To love is to bury” o cuando “Misguided angel” rivaliza con “Remin park”, pudiendo cualquiera de ellas haber formado parte tanto del clásico "The Trinity Session" como de su penúltimo álbum. La sesión grabada en la iglesia de la santísima trinidad de Toronto en 1988 es el más representado de entre todos sus trabajos, era lo esperado, se adelantaron a su tiempo, sus canciones suenan tan actuales como entonces y son las que más aplausos y emoción provocan entre el público. Y lo que nunca puede faltar en un concierto de los canadienses: las versiones, aunque en sus manos ninguna de las composiciones que toman prestadas parezcan ajenas a la banda, hicieron suyos cada nota y cada verso, de Lou Reed, de Vic Chesnutt (“...el mejor compositor norteamericano de canciones tristes...”, “¿os gustan las canciones tristes?...”) o de Neil Young, quien acaparó la despedida con “Don’t Let It Bring You Down”,primero, y “Powderfinger” para el definitivo adiós.
Fueron más de dos horas con el setlist más largo de entre sus recientes conciertos, es posible que sorprendidos por el respeto y la entrega del público de una pequeña ciudad al norte de España que acababan de descubrir. Margo habló mucho, bromeó, contó anécdotas, explicó el por qué de algunas canciones, su admiración por Vic Chesnutt, su paseo por la ciudad (en busca de un bar en la cima del Urgull) y nos recordó que no podrían estar frente a nosotros de no ser porque graban canciones y venden discos, fue sólo una excusa para hablarnos de su web (donde podríamos encontrar más de doscientas canciones no publicadas) y citarnos después del concierto para adquirir una copia firmada de sus últimos cds (“…un buen regalo de navidad para vuestras madres”). Mi regalo fue escuchar “To love is to bury” casi en la intimidad. Mereció la pena recorrer los 180 kilómetros que nos separaban veintitrés años después.
Mereció la pena. Vaya que sí.
ResponderEliminarVaya que sí mereció la pena.
ResponderEliminarNo se podia dejar pasar la oportunidad de mirar cara a cara, a los ojos, y darle las gracias a esta mujer, tal como hicimos después del concierto mientras nos firmaba el cd.
Tal como cuentas el ambiente que se creo entre público y grupo fue especial.
A mi entender, le costo un poco entrar en el concierto, cargarse del espiritu necesario. Pero en el momento que ella se encontro, se reconocio, nos dio lo mejor.
Fue una bonita noche.
Crearon desde el principio una sensación familiar - en el buen sentido de la palabra "familiar"-. Algo cálido, cómodo, conocido, abrazador. Margo es encantadora. Disfruté del buen ambiente entre ellos, se nota mucho. Creo que realmente hubo conexión con la audiencia. Tuve la suerte de hablar con ella a la salida. Una persona que mira "dentro". Una persona especial.
ResponderEliminarVale, y además les mandé un email diciendo que el concierto me gustó mucho y que Margo me parece la pera y que qué pena que no encontraron el bar de Urgull (por cierto, Urgull, me acabo de dar cuenta de que es un nombre muy Tolkien, ¿no?)
Eso.
San Sebastián, en fin, al día siguiente lucía más bonita...
El 5 de Jackson Pollock.