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El viaje por la A8, la mal llamada autopista del Cantábrico, fue una pequeña odisea. Lo único que me ayudó a sobrellevar las retenciones fue la entrada que guardaba en mi bolsillo con el nombre de ELVIS COSTELLO & THE SUGARCANES. Sí, claro que Kris Kristofferson ejerció de telonero de lujo, y que muchos de los asistentes habían pagado el precio del ticket (esos putos papeles impresos no pueden llamarse de otra manera) sólo por él, pero su nombre aparecía muy, muy pequeñito.
Una vez en la ciudad, con la angustia y la certeza de quien llega tarde para casi todo (para aparcar, para tomar un tentempié antes de la actuación y para coger un buen sitio en la Plaza de la Trinidad), la cola interminable para acceder al recinto confirmaba el peor de mis augurios.
Embutidos nos encontrábamos las 3100 almas que según la organización habían pagado su entrada, más gente que en el Kursaal y el Victoria Eugenia juntos, compartiendo emoción y sudor, encogido el corazón y apretado todo lo demás, en un recinto que dadas sus dimensiones y estructura estuvo a punto de provocarme un ataque de claustrofobia (la noticia de lo sucedido en la Love Parade alemana todavía estaba muy fresca). Nunca fueron las multitudes el medio en el que mejor me desenvuelvo, lo que unido a que me tocó detrás del típico grupo de graciosillos más pendientes de los cachis y del ja ja ja que de la música, hicieron que disfrutar del concierto fuera tarea difícil, casi imposible con Kristofferson sobre el escenario. Así, mientras las primeras filas se empapaban de las canciones del americano, en el centro del bullicio yo luchaba por no empaparme con los cachis de mis casuales compañeros (a los que la risa floja delataba como tontos del culo) y estaba más pendiente de conservar mi espacio para respirar y de mandar callar a los maleducados de siempre, a los que además supongo propietarios de una entrada como la mía en la que pone bien clarito: 45 Eur + 0,85 Eur.
Todos los factores sumaron para que estuviera deseoso de que Kris pusiera punto final a su actuación, un tanto plana, quizás demasiado relajado. Es muy difícil aguantar más de una hora con tu guitarra como único apoyo para defender unas canciones, enormes en pequeñas dosis pero carentes de las galas necesarias cuando tres mil personas esperan ansiosas la salida del cabeza de cartel. Estuvo muy crítico con la política exterior americana, desde la apertura con “Shipwrecked in the 80’s” (Irak y Afganistan) y “The Circle” (los desaparecidos argentinos) hasta “Sandinista”, que el propio Daniel Ortega le pidió que cantara con motivo del triunfo de la revolución en el país centroamericano. En muchas ocasiones hizo referencia a sus hijos (y a sus madres), se acordó de Janis Joplin, a la que incluyó en la letra de "Me and Bobby McGee" (la única canción que reconocieron los melómanos de risa floja y cachi en mano), y me hizo sentir culpable con “Please don’t tell me how the story ends”, acababa su actuación cuando yo empezaba a disfrutar de ella. No fue un telonero al uso, era, en realidad, el 50% de un cartel de lujo.
Y tras un breve descanso (lo del descanso es sólo un decir, llevaba más de dos horas de pie y lo mejor estaba por venir) “Mystery Train” fue la carta de presentación de Elvis Costello & The Sugarcanes. Para que se hagan una idea, lograban detener el ataque de verborrea que había provocado el consumo de cerveza, con una sola canción habían conseguido contrarrestar los efectos de litros de alcohol y toneladas de estupidez.
La banda es increíble: Stuart Duncan, violin; Mike Compton, mandolina; Jeff Taylor, acordeón; Jerry Douglas, dobro; Dennis Crouch, contrabajo y Jim Lauderdale, guitarra. Cada uno de ellos por separado son una buena razón para pagar la entrada, Elvis los había juntado y, por si no fuera bastante, en el primero de los bises Kristofferson se unió a la fiesta para interpretar tres canciones que habían ensayado en la prueba de sonido tan sólo unas horas antes.
Costello dio una lección de clase y de tablas sobre el escenario, manejó los tiempos del concierto e hizo de la audiencia lo que quiso en todo momento. Las canciones de sus últimos trabajos ganaron en número, pero los clásicos y versiones sabiamente intercaladas fueron los “highlights” de la noche, como la mencionada “Mystery Train” o la beatle “You’ve got to hide your love away” con la que se terminó de meter al público en el bolsillo. Y todas llevadas al terreno de los Sugarcanes que hicieron maravillas en clave de country y bluegrass de canciones que conocíamos en formatos bien diferentes. “Good year for the roses” fue de las que te tocan el corazón y “Everyday I write the book”, justo antes de su primera despedida, de las que justifican que merezcan la pena dos horas de viaje, tres horas de pie y hora y media de tonterías.
Bajo una ovación dificil de imaginar si no se está presente, se produjo el estreno mundial sobre el escenario de Kris Kristofferson, Elvis Costello & The Sugarcanes: dos temas del americano, cantados a dúo (y a destiempo por su autor), y una composición con la que Elvis bromeó al definirla como a KKCC or CCKK song (Rosanne Cash / Elvis Costello / Kris Kristofferson), la maravillosa “April 5th”, pero que no la cambio por lo que nos perdimos en su lugar (en Huelva, por ejemplo, fueron incluídas en el setlist dos de mis canciones favoritas de todos los tiempos: “(What’s so funny ‘bout) peace, love and understanding” y “I want you”, aquí relegadas en favor de la colaboración con el actor y cantante tejano).
Y tras una nueva retirada, la vuelta con la traca final, apoteósica despedida del concierto y del festival de jazz: “Sulphur to sugarcane”, “Alison” y “Happy”, interminable (para deleite de todos nosotros) versión del clásico de Richards, revisitado y oportuno, ahora todavía reciente la edición de lujo del “Exile on main Street” de los Stones.
Podría haber sido memorable, y seguramente así fue para quienes lo vivieron más de cerca. La avaricia de unos (demasiada gente en tan poco espacio) y la estupidez y mala educación de otros (todavía me sigo preguntando por qué hay gente que se gasta 45 € si su intención es sólo la de hablar y beber), restaron magia a una ocasión única. Costello es un superclase y tenemos dos canciones pendientes. La próxima, en primera fila.
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